viernes, 12 de julio de 2013

LA PRODUCCIÓN ES IMPOSTERGABLE.


La producción es impostergable


PortadaSIC-756 julio (web)
Editorial de la Revista SIC 756. Julio 2013


No se encuentran los productos básicos y lo que se gana no alcanza para cubrir todos los gastos. Más allá de cualquier formulación política de la situación, esto es lo que vive y sienten todos los días la inmensa mayoría de los venezolanos. Pero este Gobierno insiste en que se trata de una campaña mediática desestabilizadora. El gran dato que arrojaron los resultados de las elecciones recientes, en el que es obvio que el país –y no sólo sus partes más altisonantes– necesita reconfigurarse, ya no interesa. El discurso oficial es el mismo: el capitalismo, el imperialismo, la burguesía y los apátridas no descansarán nunca en su empeño de hacer que esta revolución no avance.
Si la gente más afectada por la situación está cansada del esgrima ideológico y quiere acuerdos prácticos, concretos, claros y evaluables entre quienes tienen poder para tomar decisiones, eso no importa. La gente no entiende los mecanismos perversos del capitalismo, que siempre se las ingenia para recuperarse. No es la realidad sino lo que los enemigos de la revolución quieren hacernos creer. De ahí que los impactantes datos cotidianos no sean suficientes, siempre se los podrá sustituir por una idea que los explique y que postergue su enfrentamiento. No parece que haya ninguna forma de que sea la realidad la que interpele a todos los involucrados en la situación actual. Al contrario, muy a pesar de lo que se ve en la vida diaria: escasez de productos de la cesta básica, hostilidad en la ciudad, deficientes servicios, corrupción, opacidad y control de la información, lo crucial, lo que más hay que cuidar, es la versión de los hechos que viene de la contrarevolución. De manera que no se discuten las propuestas alternativas sino las formulaciones discursivas de las mismas.
La batalla por establecer el modelo de algunos como el de todos los venezolanos prevalece sobre la voluntad de las mayorías que quieren acuerdos para avanzar. En esta guerra de interpretaciones no terminamos de aceptar que tenemos que recorrer el trecho entre el dicho y el hecho. Porque, de seguir así, lo único que va quedando claro es que pierde el país.
De ahí que sigamos teniendo enormes dificultades en cuanto a que el país sea asumido como la prioridad en la agenda de los operadores políticos. No hay voluntad para llegar a acuerdos mínimos. Y cuando parece que sí se van a poner de acuerdo, repentinamente se cambia de actitud, es decir, se vuelve a lo mismo.

Los impostergables

Para las partes polarizadas la discusión se ha centrado en los principios innegociables; sin embargo, lo que la realidad reclama es que se llegue a acuerdos sobre los asuntos o temas impostergables. Las pequeñas y medianas empresas, por ejemplo, tienen que producir más y mejor. Y, aunque se sabe que la reactivación de la estructura productiva necesita grandísimos y prolongados esfuerzos, este punto es impostergable. Se ve que no es suficiente con perseguir a los acaparadores para superar el desabastecimiento.
También se ha visto claramente que el Estado no puede encargarse de toda la actividad productiva. Y si, por su parte, los productores privados no tienen las condiciones necesarias para hacer su trabajo, de nada sirve que se grite a los cuatro vientos la soberanía alimentaria o que se insista en criticar los malos hábitos heredados del capitalismo. La producción, como la seguridad, la política salarial de los profesores universitarios, la cadena de distribución de alimentos, el sistema cambiario, las empresas básicas de Guayana, la industria eléctrica, son algunos de los impostergables de la realidad actual. Quizás otros temas puedan esperar pero estos no.
Además, si es verdad que todo cuesta, que no se pueden seguir regalando las cosas y que el Estado no lo puede hacer todo, es necesario repartirse las cargas, no sólo los dólares. El petróleo es de todos pero no alcanza para todo.Y menos alcanzará porque parte de la exportación ya está pagada. Por tanto, si no producimos no salimos del atolladero. La producción es impostergable. Y para que se pase del dicho al hecho deben crearse las condiciones para que sea posible.

Es necesario llegar a acuerdos

Las dificultades, aunque son de todo tipo, no son insalvables. No hay que temerle a los acuerdos que pueden beneficiar a las grandes mayorías. El discurso de la patria o de lo nacional bloquea el posible entendimiento por el que clama el país. El discurso patriótico o nacional de las reivindicaciones históricas no se guía por la lógica de la productividad. Este es importante pero no genera empleos productivos ni se traduce en planes de inteligencia para contrarrestar la violencia, por ejemplo.
Ahora bien, los acuerdos no pueden ser mediáticos. La política plebiscitaria, electoralista y televisiva ha convertido a los medios en un campo de batalla. Los líderes políticos han sido líderes mediáticos. Todos han entendido que sin TV su acción estaría seriamente limitada. La lucha por el control de los medios audiovisuales que se desarrolla actualmente da cuenta de la pretensión de dominio totalitario. El gobierno de calle no descuida los efectos mediáticos. Un gobierno de calle televisado pretende llenar el vacío que dejan sus operadores políticos ausentes de las organizaciones sociales de base. Los consejos comunales, por ejemplo, están fuera de los focos de las cámaras de televisión. Los poderosos, atrapados por las dinámicas del poder, se aíslan y se mediatizan, ya no escuchan a las bases ni a sus propuestas.
Nos llevará mucho tiempo superar la situación actual porque las decisiones que hay que tomar, tanto en lo local como en lo global, son muy complejas. Por tanto, más allá del recurrente cortoplacismo o del momentáneo acuerdo táctico, “apaga fuego”, el país tiene que ponerse en el centro de todas las estrategias y planes que seamos capaces de implementar en estos momentos. Insistimos en que tiene que ser el país la prioridad y no las partes que se lo disputan.
Entonces, así como en lo político debe trabajarse por la construcción de otro actor alternativo –efectivamente integrado a la base e implicado con sus denuncias–, en lo económico se requiere aceptar que la economía no es una ciencia absoluta que no tiene nada que ver con la ética y la política; es necesario admitir que esta tiene una lógica que habrá de respetarse.
Un buen político tendrá que hacer razonable, para las grandes mayorías, lo que es técnicamente necesario en economía. El diálogo de sordos entre quienes defienden el socialismo y el modelo de administración estatal y los que defienden el modelo del libre mercado de iniciativa privada no tiene salida si no se atiende la voz de las grandes mayorías que opinan que el Estado y la empresa privada deberían ponerse de acuerdo. Esta amplia base social está a favor del entendimiento de ambos sectores. Son los actores políticos ubicados en los extremos –que de la boca para afuera dicen representar al pueblo los que han hecho caso omiso de lo que las grandes mayorías conciben como solución del problema. Es la cerrazón política, más pendiente de mantener el poder que de responder a los clamores del pueblo, la que no ceja en su empeño de restar posibilidades de llegar a acuerdos al insistir en un modelo único.
El reto que tenemos por delante no es sólo producir riqueza y distribuirla bien, obedeciendo a lo que es técnicamente racional y superando la cultura de la renta para el consumo. En necesario entender que nada de eso es posible si no hay un sujeto capaz de vivir éticamente comprometido con la justicia. De modo que no tendremos democracia si alguno de estos elementos falta o si uno de ellos se impone a costa de los otros

LA VORACIDAD DEL PODER

La voracidad del poder

29 Julio 2009 2 Comments
axel_capriles
Publicado en julio de 2007
Axel Capriles M.
Publicado en Papel Literario
Psicólogo, Doctor en Ciencias Económicas, editor de la Revista Venezolana de Psicología de los Arquetipos, docente universitario y ensayista, Axel Capriles es autor de El complejo del dinero, así como de numerosos y lúcidos ensayos en diversas publicaciones periódicas.
“Lo único que nos daba seguridad sobre la tierra era la certidumbre de que él estaba ahí, invulnerable a la peste y al ciclón,… invulnerable al tiempo, consagrado a la dicha mesiánica de pensar para nosotros, sabiendo … que él no había de tomar por nosotros ninguna determinación que no tuviera nuestra medida, pues él no había sobrevivido a todo por su valor inconcebible ni por su infinita prudencia sino porque era el único que conocía el tamaño real de nuestro destino…”
Gabriel García Márquez.
El Otoño del Patriarca
Evocando a los faraones y a ciertos reyes de la antigüedad que a su muerte se hacían acompañar de sus esclavos y eran enterrados con servidores y amantes, Augusto Roa Bastos inicia su gran obra sobre el poder con un infame pasquín clavado en la puerta de la catedral en el que Yo El Supremo Dictador de la República ordena que, después de su muerte, todos sus servidores sean ejecutados y sepultados sin cruz ni nombre en potreros alejados de la ciudad. El poder absoluto sobre la vida y la muerte de seres anónimos es la mejor expresión de ese impulso casi divino, mítico, inexplicable, que es el afán de mando. Como el despotes griego, el padre o amo en cuyas manos estaba el destino de la familia y a quien esposa, niños y esclavos debían total obediencia, durante la mayor parte de la historia de la humanidad ciertos individuos se han atribuido un poder rector sobre los demás y han extendido al espacio público esa relación de desigualdad que en la antigua Grecia correspondía sólo al dominio doméstico, pero nunca al de la polis.
Hijos de la modernidad, habituados al principio de soberanía compartida entre iguales, vemos muy distante el tiempo en que el diktat de un rey con soberanía divina decidía el destino de todo un pueblo. Olvidamos, sin embargo, que la divinidad cambia de imagen y de caras de acuerdo a la época y a la cultura, mientras que la pulsión de poder, como instinto, permanece invariable.
Así como el dictator romano era el magíster populi, el senador del pueblo, la divinidad de hoy se transforma en pueblo, en patria o en interés colectivo y los gobiernos autocráticos aparecen con mil cuerpos distintos. El hecho es que los logros alcanzados con la extensión y ampliación de los derechos humanos y las libertades democráticas en los últimos 50 años distan mucho de estar consolidados. De los 156 países estudiados por el Índice de libertad económica, sólo 71 son libres o mayormente libres. Cerca de 140 países, alrededor del 70% de los que hay hoy en el mundo, convocan elecciones y dicen practicar el método democrático. Los principios enunciados no reflejan, sin embargo, la realidad vivida. No sólo apenas una de cada diez personas de la población mundial siente que los gobiernos responden a la voluntad del pueblo (Estudio del Milenio, Gallup) sino que las tensiones sociales y la violencia, la brecha de desigualdad y el crecimiento de la pobreza, han hecho resurgir el fanatismo y el autoritarismo mientras que la sutileza psicológica de nuevos métodos de dominación consigue el consentimiento de las propias víctimas. Hoy en día, el simulacro democrático es el que mejor oculta los mecanismos sombríos del poder.
La ambición de mando, como la necesidad de logro o de prestigio, tiene su origen en un instinto humano cercano al de superación. A diferencia de éste, sin embargo, no sólo aspira a ir más allá, como la fuerza que nos lleva a hacer algo mejor o a diferenciarnos de los otros, sino que busca influir y dominar a los demás.
El porqué esta pasión se exacerba en unos, y no en otros, hasta tomar un carácter obsesivo es asunto de la psicología individual. El estudio de la inferioridad piscopática y de los desórdenes narcisistas de la personalidad ha arrojado mucha luz sobre las complicaciones anímicas que llevan a este tipo de voracidad. Su dinámica se encadena a la ambición y de todas las pasiones es la más devoradora. Gran parte del debate que en los siglos XVII y XVIII dio origen al concepto de pasión compensadora fue la necesidad de encontrar antídotos contra tan peligrosa y perniciosa pulsión. Lo importante, sin embargo, no es entender por qué hay gobernantes contemporáneos que creen, como los de la antigüedad, que el nuevo orden humano alcanzado bajo su guía se derrumbará si ellos mueren o dejan de tener poder, sino por qué hay millones de personas que, hipnotizados por su carisma, tiran por la borda el mayor logro de la modernidad que fue la diferenciación de una consciencia individual. Como señala Wilhelm Reich en su estudio sobre la psicología del fascismo, ” todos los dictadores han erigido su poder sobre la falta de responsabilidad social de las masas. Es ridículo afirmar que el gran jefe psicópata por sí solo haya podido abusar de setenta millones de personas”.
La dictadura ha sido tradicionalmente entendida como la concentración del poder en una sola persona, como una forma de mando autocrático, un gobierno de facto cuya legitimidad reside principalmente en la fuerza. Pero así como los grandes regímenes totalitarios del siglo XX se diferenciaron de las dictaduras militares porque alcanzaron legítimamente el poder por medios democráticos y en lugar de someter por la fuerza a las masas, las hipnotizaron y consiguieron su adhesión, las autocracias de nuevo cuño se cuelan por haber encontrado en la democracia participativa y directa un espacio retórico para el sustento inconsciente del principio primitivo del jefe y la dominación carismática. Esto es posible, entre muchas otras razones, por la atomización de la sociedad en unidades aisladas y por el uso despótico de la esperanza y el miedo, las dos pasiones de incertidumbre con mayores implicaciones políticas.
Podremos tener la peor opinión de la concepción liberal, pero su visión fundamental sigue vigente: las instituciones políticas independientes son indispensables para limitar el poder y para proteger a los miembros de la sociedad de la arbitrariedad. Sin un gobierno de leyes, no de personas, la comunidad cae en un estado de desamparo. Así como la promesa mileniarista de un nuevo reino difiere la exigencia de resultados y mantiene la ilusión, la destrucción de las instituciones e instancias intermedias, la carencia de leyes que garanticen la vida, los contratos y la propiedad, producen un estado de indefensión que propicia un tipo de despotismo basado en el sentimiento infeccioso de miedo e incertidumbre. La relación entre el mando y la obediencia es de mutua influencia. La sumisión es solo una cara del poder porque sin la conformidad y el consentimiento de los subordinados el mando se derrumba.
Si, como señala la tradición contractualista, el poder es la capacidad de la que cada quien dispone, la voluntad y la fuerza para actuar que sólo son parcialmente cedidas y delegadas en otros para el logro de la convivencia social, cabe preguntarnos cuáles son los mecanismos que no sólo hacen imposible revertir dicho mandato sino que impulsan a las personas a fusionar su identidad con la del mismo que los domina. Existe en el ser humano una contradicción perenne entre el deseo de libertad y el miedo a ella. Como señala Reich, “la evolución hacia la libertad exige una brutal ausencia de ilusiones, pues solo entonces logrará eliminar la irracionalidad en las masas humanas y restablecer en ellas la capacidad de asumir su responsabilidad y de ser libres”.
Nuestra noción de libertad no es ingenua. Sabemos desde Nietzsche, Marx y Weber, que todo individuo nace frente a un poder ya constituido y que éste responde a un sustrato estructural, a las relaciones de producción y al funcionamiento de las organizaciones sociales. Pero aún si nos suscribimos a la tesis del hombre disciplinado como producto de las relaciones de dominación, como conjunto escindido de actos, gestos y articulaciones constituido por el mismo poder, seguimos sin detallar la dinámica por la cual se produce la conformación. No sólo la pobreza y la carencia han creado seres frágiles, desconfiados e inseguros, sino que las ideologías políticas dominantes, sobre todo la oferta populista como medio de ascenso al poder, han generado un culto a la debilidad y han propiciado seres colectivos cargados de resentimiento, personalidades dependientes de los jefes, del Estado, de la caridad. Como señala Michel Foucault, el debate sobre el poder no debe ser planteado desde la prohibición y la coacción sino desde la sugestión y la exhortación, desde los códigos internos de un espacio de subjetividad que predispone la acción, desde las emociones que nos mueven.
Lo más importante de ese debate, además, es darnos cuenta de que el ejercicio del poder no funciona sin un discurso de verdad. Lo que no midió Foucault es que dicho discurso alcanzaría su máxima perversidad destruyendo la posibilidad misma de la noción de verdad, anulando los criterios de falsación, revirtiendo el discurso, invirtiendo los valores, desplegando el más absoluto cinismo. Cuando el gobernante todopoderoso se declara la víctima, cuando el caudillo opulento que concentra en sus manos las riquezas más grandes de una nación acusa de codicia al trabajador, cuando la realidad más visible es declarada inexistente frente a nuestros propios ojos, perdemos toda posibilidad de orientación.
La reaparición y fortalecimiento del populismo y de las propuestas socialistas anacrónicas en la izquierda autocrática latinoamericana responden precisamente a la producción y circulación de un discurso de dominación. El factor clave de este recurso retórico es hacer pasar como antídoto el mismo mal que diezmó el espíritu de la población, debilitar al ciudadano, inflar titánicamente el Estado, reducir la esfera privada. Cuando a partir del Renacimiento, el ser occidental se enfocó en el fortalecimiento de la propiedad privada, no lo hizo como defensa de un deseo egoísta personal (la codicia existió siempre) sino como construcción de un ámbito social necesario para superar el ordenamiento de sumisión despótico de los reyes que, desde esa época, comenzó a llamarse Estado. El control de las relaciones mercantiles bajo el régimen jerárquico del Estado y la restricción de la propiedad privada implicaban la eliminación del ciudadano. Lo privado delimita un espacio que no está sujeto al dominio de otra voluntad, un pedazo de soberanía al margen del imperio y sed de poder de los reyes y caudillos. La dependencia económica del Estado no solo conduce a la pobreza sino que debilita al ciudadano autónomo para convertirlo en súbdito. Los ataques a la propiedad privada son una estrategia de dominación, sobre todo en nuestras sociedades donde ha perdurado el culto al hombre fuerte que asalta el Estado como representación mágica de la voluntad general. La posibilidad de frenar el nuevo auge de regímenes autoritarios pasa principalmente por un ejercicio de psicología colectiva. Es ver a través de los mensajes ilusorios que nos vuelven ciegos de esperanza y es reconocer que tenemos miedo pero que también podemos enfrentarlo.
“Hay millones de personas que, hipnotizados por su carisma, tiran por la borda el mayor logro de la modernidad que fue la diferenciación de una consciencia individual”

¿DERECHAS, IZQUIERDAS...? Atraso o Modernidad.

¿Derechas, izquierdas…? Atraso o modernidad*

7 Julio 2013 No Comment
Alejandro Oropeza
“Entre las esferas de utilización de la estupidez y la inmoralidad…
Existe una complicada identidad y diferencia. Se trata de una estrecha hermandad…”
Robert Musil (1937)
IsqDerRecientemente sostuvimos encuentros con venezolanos residentes en París y Madrid, en tales conversaciones se evidenció la preocupación por el gasto que la “Revolución Bolivariana” hace para sostener una matriz de opinión sobre los éxitos de la misma; a la par, se “acusa” de derechista y fascista a la alternativa democrática venezolana. Es evidente la incapacidad financiera de esa alternativa para equilibrar la estrategia comunicacional, según JVR, porque los recursos se gastaron en los aviones de guerra estacionados quién sabe dónde. Pero, es de advertir, que si efectivamente fuese de derecha la alternativa opositora ¿Cuál es el problema? ¿No tendría derecho de serlo? Y, por otra parte, esa “izquierda” revolucionaria autodefinida, por serlo ¿Automáticamente garantiza un ideal de progreso, futuro y modernidad? Más aún e importante, ¿Es efectivamente de “izquierda” la revolución: centralista, antisemita, homofóbica y militarista? En medio de esos debates en Madrid, Tomás Páez advierte que el problema no es, precisamente, el contenido de una definición que caracterice sean de derecha o izquierda la revolución y a la alternativa democrática, sino una praxis que supone una dicotomía que va de la tradición y el atraso, a la modernidad y el progreso. Ello por cuanto esa “izquierda” autodefinida en la Revolución Bolivariana, ciertamente representa el atraso y la tradición retrógrada y que se define por aspectos entre los que se cuentan: una visión única del pasado y de un futuro dorado (siempre futuro), el golpismo militar, la mentira, el centralismo, la preeminencia del Poder Ejecutivo, la homofobia, la corrupción, el militarismo, el antisemitismo, la intervención o eliminación de organizaciones obreras, la ideologización maniqueísta de la sociedad toda, la venganza y la consideración del adversario político como enemigo, etc., entonces, ¿es izquierda atraso? Estos elementos ¿no están más cercanos a la caracterización de un régimen más similar a la dictadura franquista que a la izquierda internacional progresista actual? En la historia de la Guerra Civil Española de Paul Preston leemos: “Las críticas que lanzan (la derecha) contra la República son implícitamente críticas de los valores republicanos…” Y las críticas y los ataques que se lanzan contra la alternativa democrática, ¿no lo son contra los valores republicanos y democráticos del venezolano? Y, hay que decirlo, muy lejos, pero muy lejos está la altisonante revolución de los alegatos que el 24 de junio de 1992 los “comandantes” expusieron para justificar el golpe de Estado: a) Independencia de poderes; b) Integridad de la soberanía nacional; c) Derecho a la vida; d) Libertad de expresión; y, e) Desmantelar la corrupción.
Si esos alegatos definen una izquierda progresista (moderna) o definen una derecha fascista (tradicional y atrasada), ¿Dónde se encuentra hoy la gloriosa Revolución Bolivariana y su procerato, en la modernidad o en el atraso? Fernando Mires, hace semanas en este diario, al identificar los actores de las rebeliones islámicas (Siria incluida) afirma que son “Los hijos de la post modernidad económica: una nueva ciudadanía política”. Ciudadanía que persigue, entre otros fines, que la posibilidad de elección LIBRE de los gobernantes sea el mecanismo para constituir los poderes del Estado. Siguiendo con Preston, aquella derecha española de los 30: “…cuando no podía obtener el número necesario de votos… llegaron a inscribir a los muertos del cementerio local”. Entonces, solo dos cuestiones: ¿Apoya la alternativa democrática al régimen decadente y asesino sirio? ¿Controla esa alternativa al árbitro electoral venezolano, bajo cuya gestión efectivamente sufragan los muertos? ¿Dónde está la derecha y dónde la izquierda en Venezuela? ¿Dónde se ubica una visión de modernidad, futuro y progreso; y dónde una de atraso, tradición y control estatal? Por otra parte, ¿debe preocupar a la alternativa democrática la acusación de fascista? Michael Burleigh, al analizar el caso de los checos y polacos post 1945, afirma que: “La izquierda ha tendido invariablemente a utilizar la acusación de `fascismo’ desde la década de 1930 para marginar y destruir a una amplia gama de adversarios”. Pero, ¡¡¡recordemos que el régimen polaco comunista acusó a los activistas obreros del movimiento Solidaridad de fascistas!!! ¿Walesa era fascista? Entonces, la discusión, la definición propia o ajena de ser, o pretender ser, de izquierda o de derecha, es irrelevante en la Venezuela de hoy, de siempre; lo relevante es determinar, definir y perseguir construir una idea y una praxis política que conduzca a la modernidad, al progreso, al futuro, por vía de la democracia; y, abandonar la tradición identificada con el atraso dominante, la ignorancia y el control, atada a un pensamiento único y a la manipulación de los pueblos. Así, la democracia debe tener un sentido práctico, los ideales republicanos deben concentrar los fines de un Estado en pos de un desarrollo social general, no grupal y no sectario.
La democracia pierde todo su sentido cuando la acompaña el término “popular”, solo recordemos la China de Mao y de la Revolución Cultural, régimen de izquierda.
¿Quién lo dudaría?
* Publicado en Tal Cual,  sábado 29 de junio de 2013

miércoles, 10 de julio de 2013

EL SER HUMANO COMO NUDO DE RELACIONES TOTALES.

El ser humano como nudo de relaciones totales

En 1845, Karl Marx escribió sus famosas 11 tesis sobre Feuerbach, publicadas solamente en 1888 por Engels. En la sexta tesis Marx dice algo cierto, pero reduccionista: “La esencia humana es el conjunto de las relaciones sociales”. Efectivamente no se puede pensar la esencia humana fuera de las relaciones sociales, pero es mucho más que eso, pues resulta del conjunto de sus relaciones totales.
Descriptivamente, sin querer definir la esencia humana, ésta surge como un nudo de relaciones vueltas hacia todas las direcciones: hacia arriba, hacia abajo, hacia dentro y hacia fuera. Es como un rizoma, un bulbo con raíces en todas las direcciones. El ser humano se define en la medida en que activa este conjunto de relaciones, no solo las sociales.
En otras palabras, el ser humano se caracteriza por surgir como una apertura ilimitada: hacia si, hacia el mundo, hacia el otro y hacia la totalidad. Siente dentro de si una pulsión infinita, pero solo encuentra objetos finitos. De ahí su permanente incomplección e insatisfacción. Esto no es un problema psicológico que un psicoanalista o un psiquiatra puedan curar. Es su marca distintiva, ontológica, y no un defecto.
Pero, aceptando la afirmación de Marx, buena parte de la construcción de lo humano se realiza efectivamente en la sociedad. De ahí la importancia de considerar cuál sea la formación social que crea las mejores condiciones para que él se abra plenamente en las más variadas relaciones.
Sin ofrecer las debidas mediaciones, dicen que la mejor formación social es la socialdemocracia: comunitaria, social, representativa, participativa, de abajo hacia arriba y que incluya a todos sin excepción. En palabras de Boaventura de Souza Santos, la democracia debe ser sin fin. Tenemos que ver con un proyecto abierto, siempre en construcción, que comienza en las relaciones dentro de la familia, de la escuela, de la comunidad, las asociaciones, los movimientos, las iglesias y culmina en la organización del Estado.
Como en una mesa, veo que una democracia mínima y verdadera se sostiene sobre cuatro patas, como subrayaba tanto durante su vida Herbert de Souza (Betinho) , idea que, juntos en conferencias y debates, tratábamos de difundir entre los alcaldes y dirigentes populares.
La primera pata consiste en la participación: el ser humano, inteligente y libre, no quiere ser solo el beneficiario de un proceso, sino actor y participante. Sólo entonces se hace sujeto y ciudadano. Esta participación debe venir desde abajo para no excluir a nadie.
La segunda pata consiste en la igualdad. Vivimos en un mundo de desigualdades de todo tipo. Cada uno es único y diferente. Pero la participación creciente en todo impide que la diferencia se vuelva desigualdad y permite que crezca la igualdad. La igualdad en el reconocimiento de la dignidad de cada persona y el respeto de sus derechos sostiene la justicia social. Junto con la igualdad viene la equidad: la proporción adecuada que cada cual recibe por su colaboración en la construcción del todo social.
La tercera pata es la diferencia. Viene dada por la naturaleza. Cada ser, sobre todo el ser humano, hombre y mujer, es diferente. Esto debe ser aceptado y respetado como una manifestación de las potencialidades propias de las personas, los grupos y las culturas. Las diferencias nos revelan que los humanos podemos ser de muchas formas, todos ellas humanas, y por ello merecedoras de respeto y de acogida.
La cuarta pata se realiza en la comunión: el ser humano posee subjetividad, capacidad de comunicación con su interioridad y con la subjetividad de los otros; es portador de valores como solidaridad, compasión, protección de los más vulnerables y diálogo con la naturaleza y con la divinidad. Aquí aparece la espiritualidad como una dimensión de la conciencia que nos hace sentirnos parte de un Todo, y como ese conjunto de valores intangibles que dan sentido a nuestra vida personal y social, y también a todo el universo.
Estas cuatro patas siempre van juntan y equilibran la mesa, es decir, sostienen una democracia real. Ella nos enseña a ser coautores en la construcción del bien común y en su nombre aprendemos a limitar nuestros deseos por amor a la satisfacción de los deseos colectivos.
Esta mesa de cuatro patas no existiría si no se apoyara en el suelo y en la tierra. Así, la democracia no estaría completa si no incluyera a la naturaleza que hace posible todo. Proporciona la base físico-química-ecológica que sostiene la vida y a cada uno de nosotros. Debido a que tienen valor por sí mismos, independientemente del uso que hagamos de ellos, todos los seres son portadores de derechos. Merecen seguir existiendo y debemos respetarlos y entenderlos como ciudadanos. Estarán incluidos en una democracia sin fin socio-cósmica. Desplegado en todas estas dimensiones se realiza el ser humano en la historia, en un proceso sin límites y sin fin.
Leonardo Boff

lunes, 8 de julio de 2013

LA MANIPULACIÓN DEL HOMBRE A TRAVÉS DEL LENGUAJE.

 
La Manipulación del Hombre
 a Través del Lenguaje
[1]
 
Alfonso López Quintáslquintas@filos.ucm.es
 
El Dr. López Quintás es catedrático de filosofía en la Univ. Complutense de Madrid y por encargo del Ministerio de la Educación dirige un curso de Ética en el site: http://cerezo.pntic.mec.es/~alopez84/
 
El gran humanista y científico Albert Einstein nos hizo esta severa advertencia: "La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo menos nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual".¿Qué forma de pensar hubiéramos debido cambiar para evitar esta hecatombe? Sin duda, Einstein se refería al estilo de pensar objetivista, dominador y posesivo que hizo quiebra en la primera guerra mundial y no fue sustituido por un modo de pensar, sentir y querer más ajustado a nuestra realidad humana.
Los pensadores más lúcidos nos vienen instando desde el período de entreguerras a cambiar el ideal, realizar una verdadera metanoia y superar el afán de poder mediante una decidida voluntad de servicio. Este giro fue realizado en círculos escogidos, pero no en las personas y los grupos que deciden la marcha de la sociedad. En éstos siguió operante un afán incontrolado de dominio, dominio sobre cosas y sobre personas.
El dominio y control sobre los seres personales se lleva a cabo mediante las técnicas de manipulación. El ejercicio de la manipulación de las mentes encierra especial gravedad en este momento por tres razones básicas:
1)Sigue orientando la vida hacia el viejo ideal del dominio, que provocó dos hecatombes mundiales y no logra colmar hoy nuestro espíritu pues ya no podemos creer en él.
2)Impide dar un giro decidido hacia un nuevo ideal que sea capaz de llevar  nuestra vida a plenitud.
3)Incrementa el desconcierto espiritual de una sociedad que perdió el ideal que persiguió durante siglos y no logra descubrir uno nuevo que sea más conforme a la naturaleza humana.
Si queremos colaborar eficazmente a configurar una sociedad mejor, más solidaria y más justa, debemos poner al descubierto los ardides de la manipulación y aprender a pensar con todo rigor. No es demasiado difícil. Un poco de atención y  finura crítica nos permitirá delatar los trastrueques de conceptos que se están cometiendo y aprender a hacer justicia a la realidad. Esta fidelidad a lo real nos depara una inmensa libertad interior.
No basta vivir en un régimen democrático para ser libres de verdad. Hay que conquistar la libertad día a día frente a quienes intentan arteramente dominarnos con los recursos de esa forma de ilusionismo mental que es la manipulación.
Esta conquista sólo es posible si tenemos una idea clara de cuatro cuestiones: lª) Qué significa manipular, 2ª) Quién manipula, 3ª) Para qué manipula, 4ª) Qué táctica moviliza para ello. El análisis de estos cuatro puntos nos permitirá al final discernir si es posible poner en juego un antídoto de la manipulación. Estamos a tiempo de salvaguardar nuestra libertad personal con todo cuanto implica. Hagámoslo animosamente.
l. Qué significa manipular
Manipular equivale a manejar. De por sí, únicamente son susceptibles de manejo los objetos. Un bolígrafo puedo utilizarlo para mis fines, cuidarlo, canjearlo, desecharlo. Estoy en mi derecho, porque se trata de un objeto. Manipular es tratar a una persona o grupo de personas como si fueran objetos, a fin de dominarlos fácilmente. Esa forma de trato significa un rebajamiento de nivel, un envilecimiento.
Esta reducción ilegítima de las personas a objetos es la meta del sadismo. Ser sádico no significa ser cruel, como a menudo se piensa. Implica tratar a una persona de tal manera que se la rebaja de condición. Ese rebajamiento puede realizarse a través de la crueldad o a través de la ternura erótica. Cuando, en tiempos recientes, se introducía a un grupo numeroso de prisioneros en un vagón de tren como si fueran paquetes, y se los hacia viajar así durante días y noches, no se intentaba tanto hacerles sufrir cuanto envilecerlos. Al ser tratados como meros objetos, en condiciones infrahumanas, acababan considerándose unos a otros como seres abyectos y repelentes. Tal consideración les impedía unirse entre sí y formar estructuras sólidas que pudieran generar una actitud de resistencia. Reducir una persona a condición de objeto para dominarla sin restricciones es una práctica manipuladora sádica.
Por su parte, la caricia erótica reduce la persona a cuerpo, a mero objeto halagador. Es reduccionista, y, en la misma medida, sádica, aunque parezca tierna. La caricia puede ser de dos tipos: erótica y personal. Para comprender lo que es, en rigor, el erotismo, recordemos que , según la investigación ética contemporánea, el amor conyugal presenta cuatro aspectos o ingredientes:
1)la sexualidad, con cuanto implica de atracción instintiva hacia otra persona, de halago sensorial, de conmoción psicológica...;
2)la amistad, forma de unidad estable, afectuosa, comprensiva, colaboradora, que debe ser creada de modo generoso, ya que no poseemos instintos que, puestos en juego, den lugar a una relación de este género;
3)la proyección comunitaria del amor. El hombre, para vivir como persona, debe crear vida comunitaria. El amor empieza siendo dual y privado, pero alberga en sí una fuerza interior que le lleva a adquirir una expansión comunitaria. Esto sucede el día de la boda, cuando la comunidad de amigos y -en el caso religioso- de creyentes acoge el amor de los nuevos esposos;
4)la relevancia y fecundidad del amor. El amor conyugal tiene un poder singular para incrementar el afecto entre los esposos y dar vida a nuevos seres. Nada hay más grande en el universo que una vida humana y el amor verdadero a otra persona. Por eso el amor conyugal tiene una relevancia singular, una plenitud de sentido y un valor impresionantes.
Estos cuatro elementos (sexualidad, amistad, proyección comunitaria, relevancia) no deben estar meramente yuxtapuestos, el uno al lado del otro. Han de estar estructurados. Una estructura es una constelación de elementos trabados de tal forma que, si falla uno, se desmorona el conjunto.
Ahora podemos comprender de modo preciso qué es el erotismo. Consiste en desgajar el primer elemento, la sexualidad, para obtener una gratificación pasajera, y prescindir de los otros tres. Ese desgajamiento puramente pasional destruye el amor de raíz, lo priva de su sentido pleno y de su identidad. Por eso es violento aunque parezca cordial y tierno. Pongo en juego la sexualidad a solas, porque me interesa para mis propios fines, y prescindo de la amistad. En realidad, no amo a la otra persona; deseo el halago que producen algunas de sus cualidades. Dejo, asimismo, de lado la expansión comunitaria del amor. No presto atención a la vida de familia que está llamado el amor a promover. Me recluyo en la soledad de mis ganancias inmediatas. Por eso reduzco la otra persona a mera fuente de gratificaciones para mí. Esa reducción desconsiderada es violenta y sádica. Puedo jurar amor eterno, pero serán palabras vanas, pues lo que entiendo aquí por amor no es sino interés por saciar mi avidez erótica.
Conviene mucho distinguir con nitidez los dos planos en que podemos movernos: el corpóreo y el espiritual, el que es susceptible de manejo y el que pide respeto. Cuando una persona acaricia a otra, pone su cuerpo en primer plano, le concede una atención especial. Siempre que unas personas se relacionan con otras, su cuerpo juega cierto papel en cuanto les permite hablar, oír, ver... Si no se trata de una comunicación afectiva, el cuerpo ejerce función de trampolín para pasar al mundo de las significaciones que se quieren transmitir. Hablamos durante horas de un tema y otro, y al final recordamos perfectamente lo que dijimos, la actitud que  adoptamos, los fines que perseguimos, pero posiblemente no sabemos de qué color tiene los ojos nuestro coloquiante. Nos vimos, pero no detuvimos nuestra atención en la vertiente corpórea. No sucede así en los momentos de trato amoroso. En éstos, el cuerpo de la persona amada cobra una densidad peculiar y prende la atención de quienes se manifiestan su amor. El amante atiende de modo intenso al cuerpo de la amada. Si ve en él la expresión sensible del ser amado y toma su gesto de ternura como un acto en el cual está incrementando su amor a la persona, su modo de acariciar tendrá un carácter personal. En tal caso, el cuerpo acariciado adquiere honores de protagonista, pero no desplaza a la persona, la hace más bien presente de modo tangible y valioso. La caricia personal no se queda en el cuerpo, se dirige a la persona. Cuando dos personas se abrazan, sus cuerpos entrelazados juegan un papel  sobresaliente, pero no constituyen la meta de la atención; son el medio expresivo del afecto mutuo. La persona, en tal abrazo, no queda relegada a un segundo plano. Al contrario, es realzada. En cambio, si la atención se detiene en el cuerpo acariciado, sencillamente por el atractivo sensorial que implica tal gesto, el cuerpo invade todo el campo de la persona. Esta es vista como objeto, realidad asible, manejable, poseíble, disfrutable... Pero a un objeto no se lo ama , se lo apetece sólamente. De ahí el carácter penoso de la expresión "mujer-objeto" aplicada a ciertas figuras femeninas exhibidas en algunos espectáculos como objeto-de-contemplación o tomadas en la vida diaria como objeto-de-posesión.
El amor erótico de los seductores de tipo donjuanesco es posesivo, y en la misma medida va unido con la burla y la violencia. Don Juan, el "Burlador de Sevilla" -según la atinada formulación de Tirso de Molina-, se complacía en burlar a las víctimas de su engaños y en resolver las situaciones comprometidas con el manejo expeditivo de la espada. Esta violencia innata, muchas veces soterrada, del amor erótico explica que pueda pasarse sin solución de continuidad de unas situaciones de máxima "ternura" aparente a otras de extrema violencia. En realidad, ahí no hay ternura, sino reducción de una persona a objeto. La violencia de tal reducción no queda aminorada al afirmar que se trata de un objeto adorable, fascinador. Estos adjetivos no redimen al sustantivo "objeto" de lo que tiene de injusto, de no ajustado a la realidad. Rebajar a una persona del nivel que le corresponde es una forma de manipulación agresiva que engendra los diferentes modos de violencia que registra la sociedad actual. La principal tarea de los manipuladores consiste en ocultar la violencia bajo el velo seductor del fomento de las libertades.
En el albor de la cultura occidental, Platón entendió por "eros" la fuerza misteriosa que eleva al hombre a regiones cada vez más altas de belleza, bondad y perfección. Actualmente, se entiende por "erotismo" el manejo de las fuerzas sexuales con desenfado, sin más criterio y norma que la propia satisfacción inmediata. Obviamente, esta reclusión en el plano de las ganancias inmediatas supone una regresión cultural.
2. Quién manipula
Manipula el que quiere vencernos sin convencernos, seducirnos para que aceptemos los que nos ofrece sin darnos razones. El manipulador no habla a nuestra inteligencia, no respeta nuestra libertad; actúa astutamente sobre nuestros centros de decisión a fin de arrastrarnos a tomar las decisiones que favorecen sus propósitos.
En un anuncio televisivo se presentó un coche lujoso. En la parte opuesta de la pantalla apareció enseguida la figura de una joven bellísima. No dijo una sola palabra, no hizo el menor gesto;  mostró sencillamente su imagen encantadora. De pronto, el coche comenzó a rodar por paisajes exóticos, y una voz  nos susurró amablemente al oído: "¡Entrégate a todo tipo de sensaciones!". En ese anuncio no se aduce razón alguna para elegir ese coche en vez de otro. Se entrevera su figura con la de realidades atractivas para millones de personas y se las envuelve a todas en el halo de una frase llena de adherencias sentimentales. De esta forma, el coche queda aureolado de prestigio. Cuando vayas al concesionario de coches, te sentirás llevado a elegir éste. Y te lo facilitarán, pero no la señorita. En realidad, nadie te había prometido que, si comprabas el coche, te darían la posibilidad de tratar a esa joven. Eso hubiera supuesto hablar a tu inteligencia. Se limitaron a influir sobre tu voluntad de forma oblicua, artera. No te han engañado; te han manipulado, que es una forma sutil de engaño. Han halagado tu apetito de sensaciones gratificantes a fin de orientar tu voluntad hacia la compra de ese producto, no para complacerte o ayudarte a desarrollar tu personalidad. Te han reducido a mero cliente. Esa forma de reduccionismo es la quintaesencia de la manipulación.
Este tipo de manipulación comercial suele ir unida con otra mucho más peligrosa todavía: la manipulación ideológica, que impone ideas y actitudes de forma solapada, merced a la fuerza de arrastre de ciertos recursos estratégicos. Así, la propaganda comercial difunde, a menudo, la actitud consumista y la hace valer bajo pretexto de que el uso de tales o cuales artefactos es signo de alta posición social y de progreso. Un anuncio de un coche lujoso repetía hasta veinte veces la palabra "señor": "Un señor como Vd. debe utilizar un coche como éste, que es el señor de la carretera. Enseñoréese de sus mandos y siéntase señor...".
Cuando se quieren imponer actitudes e ideas referentes a cuestiones básicas de la existencia -relativas a la política, la economía, la ética, la religión...-, la manipulación ideológica adquiere suma peligrosidad. Por "ideología" se entiende actualmente a menudo un sistema de ideas esclerosado, rígido, que no suscita adhesiones por carecer de vigencia y, por tanto, de fuerza persuasiva. Si un grupo social lo asume como programa de acción y quiere imponerlo a ultranza, sólo tiene dos recursos: l. la violencia, y aboca a la tiranía, 2. la astucia y recurre a la manipulación. Las formas de manipulación practicadas por razones "ideológicas" suelen mostrar un notable refinamiento, ya que son programadas por profesionales de la estrategia [2] .
3. Para qué se manipula
La manipulación responde, en general, a la voluntad de dominar a personas y grupos en algún aspecto de la vida y dirigir su conducta. La manipulación comercial quiere convertirnos en clientes, con el simple objetivo de que adquiramos un determinado producto, compremos entradas para ciertos espectáculos, nos afiliemos a tal o cual club...El manipulador ideólogo intenta modelar el espíritu de personas y pueblos a fin de adquirir dominio sobre ellos de forma rápida, contundente, masiva y fácil. ¿Cómo es posible dominar al pueblo de esta forma? Reduciéndolo de comunidad a masa.
Las personas, cuando tienen ideales valiosos, convicciones éticas sólidas, voluntad de desarrollar todas las posibilidades de su ser, tienden a unirse entre sí solidariamente y estructurarse en comunidades. Debido a su interna cohesión, una estructura comunitaria resulta inexpugnable. Puede ser destruida desde fuera con medios violentos, pero no dominada interiormente por via de asedio espiritual. Si las personas que integran una comunidad pierden la capacidad creadora y no se unen entre sí con vínculos firmes y fecundos, dejan de integrarse en una auténtica comunidad; dan lugar a un montón amorfo de meros individuos: una masa. El concepto de masa es cualitativo, no cuantitativo. Un millón de personas que se manifiestan en una plaza con un sentido bien definido y sopesado no constituyen una masa, sino una comunidad, un pueblo. Dos personas, un hombre y una mujer, que comparten la vida en una casa pero no se hallan debidamente ensambladas forman una masa. La masa se compone de seres que actúan entre sí a modo de objetos, por vía de yuxtaposición o choque. La comunidad es formada por personas que ensamblan sus ámbitos de vida para dar lugar a nuevos ámbitos y enriquecerse mutuamente.
Al carecer de cohesión interna, la masa es fácilmente dominable y manipulable por los afanosos de poder. Ello explica que la primera preocupación de todo tirano -tanto en las dictaduras como en las democracias, ya que en ambos sistemas políticos existen personas deseosas de vencer sin necesidad de convencer- sea privar a las gentes de capacidad creadora en la mayor medida posible. Tal despojo se lleva a cabo mediante las tácticas de persuasión dolosa que moviliza la manipulación. 
4. Cómo se manipula
El tirano no lo tiene fácil en una democracia. Quiere dominar al pueblo, y debe hacerlo de forma dolosa para que el pueblo no lo advierta, pues lo que prometen los gobernantes en una democracia es, ante todo, libertad. En las dictaduras se promete eficacia, a costa de las libertades. En las democracias se prometen cotas nunca alcanzadas de libertad aunque sea a costa de la eficacia. ¿Qué medios tiene en su mano el tirano para someter al pueblo mientras lo convence de que es más libre que nunca?
Ese medio es el lenguaje. El lenguaje es el mayor don que posee el hombre, pero el más arriesgado. Es ambivalente: el lenguaje puede ser tierno o cruel, amable o displicente, difusor de la verdad o propalador de la mentira. El lenguaje ofrece posibilidades para descubrir en común la verdad, y facilita recursos para tergiversar las cosas y sembrar la confusión. Con sólo conocer tales recursos y manejarlos hábilmente, una persona poco preparada pero astuta puede dominar fácilmente a personas y pueblos enteros si éstos no están sobre aviso. Para comprender el poder seductor del lenguaje manipulador debemos estudiar cuatro puntos: los términos, los esquemas, los planteamientos y los procedimientos.
A) Los términos
El lenguaje crea palabras, y en cada época de la historia algunas de ellas se cargan de un prestigio especial de forma que nadie osa ponerlas en tela de juicio. Son palabras "talismán" que parecen condensar en sí todas las excelencias de la vida humana.
La palabra talismán de nuestra época es libertad. Una palabra talismán tiene el poder de prestigiar las palabras que se le avecinan y desprestigiar a las que se le oponen o parecen oponérsele. Hoy se da por supuesto -el manipulador nunca demuestra nada, da por supuesto lo que le conviene- que censura –todo tipo de censura- se opone siempre a libertad. En consecuencia, la palabra censura está actualmente desprestigiada. En cambio, las palabras independencia, autonomía, democracia, cogestión van unidas con la palabra libertad y quedan convertidas, por ello, en una especie de términos talismán por adherencia.
El manipulador saca amplio partido de este poder de los términos talismán. Sabe que, al introducirlos en un discurso, el pueblo queda intimidado, no ejerce su poder crítico, acepta ingenuamente lo que se le proponga. Cuando, en cierto país europeo, se llevó a cabo una campaña a favor de la introducción de la ley abortista, el ministro responsable de tal ley intentó justificarla con este razonamiento: "La mujer tiene un cuerpo y hay que darle libertad para disponer de ese cuerpo y de cuanto en él acontezca". La afirmación de que "la mujer tiene un cuerpo" está pulverizada por la mejor filosofía desde hace casi un siglo. Ni la mujer ni el varón tenemos cuerpo; somos corpóreos. Hay un abismo entre ambas expresiones. El verbo tener es adecuado cuando se refiere a realidades poseíbles, es decir: objetos. Pero el cuerpo humano, el de la mujer y el del varón, no es algo poseíble, algo de lo que podamos disponer; es una vertiente de nuestro ser personal, como lo es el espíritu. Te doy la mano para saludarte y sientes en ella la vibración de mi afecto personal. Es toda mi persona la que te sale al encuentro. El hecho de que en la palma de mi mano vibre mi ser personal entero pone al trasluz que el cuerpo no es un objeto. No hay objeto, por excelente que sea, que tenga ese poder. El ministro intuyó sin duda que la frase "la mujer tiene un cuerpo" es muy endeble, no se sostiene en el estado actual de la investigación filosófica, y para dar fuerza a su argumento introdujo inmediatamente el término talismán libertad: "Hay que conceder libertad a la mujer para disponer de su cuerpo..." Sabía que, con la mera utilización de ese término supervalorado en el momento actual, millones de personas iban a replegarse tímidamente y a decirse: "No te opongas a esta proposición porque está la libertad en juego y serás a tachado de antidemócrata, de fascista, de ultra". Y así sucedió, efectivamente.
Si queremos ser de verdad libres interiormente, debemos perder el miedo al lenguaje manipulador y matizar el sentido de las palabras. El ministro no indicó a qué tipo de libertad se refería, porque la primera ley del demagogo es no matizar el lenguaje. De hecho aludía a la "libertad de maniobra", la libertad -en este caso- de maniobrar cada uno a su antojo respecto a la vida naciente: respetarla o eliminarla. La "libertad de maniobra" no es propiamente una forma de libertad; es, más bien, una condición para ser libre. Uno comienza a ser libre cuando, pudiendo elegir entre diversas posibilidades, -libertad de maniobra- opta por aquellas que le permiten desarrollar su personalidad de modo cabal –libertad creativa-. Pero una persona que utilice esa libertad de maniobra en contra del germen de vida que marcha aceleradamente hacia la plena constitución de un ser humano, ¿se orienta hacia la plenitud de su ser personal? Vivir personalmente es vivir fundando relaciones comunitarias, creando vínculos. El que rompe los vínculos fecundísimos con la vida que nace destruye de raíz su poder creador y, por tanto, bloquea su desarrollo como persona.
Todo esto se ve claramente cuando se reflexiona. Pero el demagogo, el tirano, el que desea conquistar el poder por la vía rápida de la manipulación opera con extrema celeridad para no dar tiempo a pensar y someter a reflexión detenida cada uno de los temas. Para ello no se detiene nunca a matizar los conceptos y justificar lo que afirma; lo da todo por consabido y lo expone con términos ambiguos, faltos de precisión. Ello le permite destacar en cada momento el aspecto de los conceptos que le interesa para su fines. Cuando subraya un aspecto, lo hace como si fuera el único, como si todo el alcance de un concepto se limitara a esa vertiente. De esa forma evita que las gentes a las que se dirige tengan suficientes elementos de juicio para clarificar las cuestiones por sí mismas y hacerse una idea serena y bien aquilatada de las cuestiones tratadas. Al no poder profundizar en una cuestión, el hombre está predispuesto a dejarse arrastrar. Es un árbol sin raíces que lo lleva cualquier viento, sobre todo si éste sopla a favor de las propias tendencias elementales. Para facilitar su labor de arrastre y seducción, el manipulador halaga las tendencias innatas de las gentes y se esfuerza en cegar su sentido crítico.
Toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual. Un mago, un ilusionista hace trueques sorprendentes y al parecer "mágicos" porque realiza movimientos muy rápidos que el público no percibe. El demagogo procede, asimismo, con meditada precipitación, a fin de que las multitudes no adviertan sus trucos intelectuales y acepten como posibles los escamoteos más inverosímiles de conceptos. Un manipulador proclama, por ejemplo, ante las gentes que “les ha devuelto las libertades”, pero no se detiene a precisar a qué tipo de libertades se refiere: si a las libertades de maniobra que pueden llevar a experiencias de fascinación -que despeñan al hombre hacia la asfixia- o a la libertad para ser creativos y realizar experiencias de encuentro, que lleva al pleno desarrollo de la personalidad. Basta pedirle a un demagogo que matice un concepto para desvirtuar sus artes hipnotizadoras.
En verdad, tenía razón Ortega y Gasset al advertir: "¡Cuidado con los términos, que son los déspotas más duros que la Humanidad padece!". Un estudio, por somero que sea, del lenguaje nos revela que "las palabras son a menudo en la historia más poderosas que las cosas y los hechos" (M. Heidegger [3] ).
B) Los esquemas mentales
Del mal  uso de los términos se deriva una interpretación errónea de los esquemas que vertebran nuestra vida mental. Cuando pensamos, hablamos y escribimos, estamos siendo guiados por ciertos pares de términos: libertad-norma, dentro-fuera, autonomía-heteronomía... Si pensamos que estos esquemas son dilemas, de forma que debemos escoger entre uno u otro de los términos que los constituyen, no podremos realizar en la vida ninguna actividad creativa. La creatividad es siempre dual. Si pienso que cuanto está fuera de mí es distinto, distante, externo y extraño a mí, no puedo colaborar con cuanto me rodea y anulo mi capacidad creativa en todos los órdenes.
Una alumna manifestó un día en clase lo siguiente: "En la vida hay que escoger: o somos libres o aceptamos normas; o actuamos conforme a lo que nos sale de dentro o conforme a lo que nos viene impuesto de fuera. Como yo quiero ser libre, dejo de lado las normas". Esta joven entendía el esquema libertad-norma como un dilema. En consecuencia, para ser auténtica, para actuar con libertad interior se sentía obligada a prescindir de cuanto le habían dicho de fuera acerca de normas morales, dogmas religiosos, prácticas piadosas, etc. Con ello se alejaba de la moral y la religión de sus mayores y -lo que es todavía más grave- hacía imposible toda actividad verdaderamente creativa.
He aquí el poder temible de los esquemas mentales. Si un manipulador te sugiere que para ser autónomo en tu obrar debes dejar de ser heterónomo y no aceptar norma alguna de conducta que te venga propuesta del exterior, dile que es verdad pero sólo en un caso: cuando actuamos de modo pasivo, no creativo. Tus padres te piden que hagas algo, y tú obedeces forzado. Entonces no actúas autónomamente. Pero suponte que percibes el valor de lo que se te sugiere y lo asumes como propio. Esa actuación tuya es a la vez autónoma y heterónoma, porque es creativa.
Cuando era niño, mi madre me decía: "Toma este bocadillo y dáselo al pobre que llamó a la puerta". Yo me resistía porque era un señor de barba larga y me daba miedo. Mi madre insistía: "No es un delincuente; es un necesitado. Vete y dáselo". Mi madre quería que yo me adentrara en el campo de irradiación del valor de la piedad. El valor de la piedad me venía sugerido desde fuera, pero no impuesto. Al reaccionar positivamente ante esta sugerencia de mi madre, fui asumiendo poco a poco el valor de la piedad hasta que se convirtió en una voz interior. Con ello, este valor dejó de estar fuera de mí para convertirse en el impulso interno de mi obrar. En esto consiste el proceso formativo. El educador nos adentra en el área de imantación de los grandes valores, y nosotros los vamos asumiendo como algo propio, como lo más profundo y valioso de nuestro ser.
Ahora vemos con claridad la importancia decisiva de los esquemas mentales. Un especialista en revoluciones y conquista del poder, José Stalin, afirmó lo siguiente: "De todos los monopolios de que disfruta el Estado ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario". Nada más cierto, a condición de que veamos los términos dentro del marco dinámico de los esquemas, que son el contexto en el que juegan su papel expresivo.
C) Los planteamientos estratégicos
Con los términos del lenguaje se plantean las grandes cuestiones de la vida. Debemos tener máximo cuidado con los planteamientos. Si aceptas un planteamiento, vas a donde te lleven. Desde niños deberíamos estar acostumbrados a discernir cuándo un planteamiento es auténtico y cuándo es falso. En los últimos tiempos se están planteando mal, con el fin estratégico de dominar al pueblo, temas tan graves como el divorcio, el aborto, el amor humano, la eutanasia... Casi siempre se los plantea de forma sentimental, como si sólo se tratara de resolver problemas acuciantes de ciertas personas. Para conmover al pueblo, se aducen cifras exageradas de matrimonios rotos, de abortos clandestinos, realizados en condiciones infrahumanas... Tales cifras son un ardid del manipulador. El Dr. B. Nathanson, director de la mayor clínica abortista de Estados Unidos, manifestó que fue él y su equipo quienes inventaron la cifra de 800.000 abortos al año en su país. Y se sorprendían al ver que la opinión pública recogía el dato y lo propagaba con toda candidez. Hoy, convertido a la defensa de la vida, se siente avergonzado de tal fraude, y recomienda vivamente que no se acepten las cifras aducidas para apoyar ciertas campañas.
D) Los procedimientos estratégicos
Hay diversos medios para dominar al pueblo sin que éste se dé cuenta. Pongamos un ejemplo; en él yo no miento pero manipulo. Tres personas hablan mal de una cuarta, y yo le cuento a ésta exactamente lo que me han dicho, pero altero un poco el lenguaje. En vez de decir que tales personas en concreto han dicho esto, indico que lo dice la gente. Paso del singular al colectivo. Con ello no sólo le infundo miedo a esa persona sino angustia, que es un sentimiento mucho más difuso y penoso. El miedo es temor ante algo adverso que te hace frente de manera abierta y te permite tomar medidas. La angustia es un miedo envolvente. No sabes a dónde acudir. ¿Dónde está la gente que te ataca con su maledicencia? La gente es una realidad anónima, envolvente, a modo de niebla que te bloquea. Te sientes angustiado.
Tal angustia es provocada por el fenómeno sociológico del rumor, que suele ser tan poderoso como cobarde debido a su anonimato. "Se dice que tal ministro realizó una evasión de capitales". ¿Quién lo dice? La gente, es decir, nadie concreto y potencialmente todos.
Otra forma oblicua, sesgada, subrepticia, de vencer al pueblo sin preocuparse de convencerlo es la de repetir una vez y otra, a través de los medios de comunicación, ideas o imágenes cargadas de intención ideológica. No se entra en cuestión, no se demuestra nada, no se va al fondo de los problemas. Sencillamente se lanzan proclamas, se hacen afirmaciones contundentes, se propagan eslóganes a modo de sentencias cargadas de sabiduría. Este bombardeo diario configura la opinión pública, porque la gente acaba tomando lo que se afirma como lo que todos piensan, como aquello de que todos hablan, como lo que se lleva, lo actual, lo normal, lo que hace norma y se impone.
Actualmente, la fuerza del número es determinante, ya que lo decisivo se resuelve mediante el número de votos. El número es algo cuantitativo, no cualitativo. De ahí la tendencia a igualar a todos los ciudadanos, para que nadie tenga poder directivo de orden espiritual y la opinión pública pueda ser modelada impunemente por quienes dominan los medios de comunicación multitudinarios. Una de las metas del demagogo es anular, de una forma u otra, a quienes pueden descubrir sus trampas, sus trucos de ilusionista.
La redundancia desinformativa tiene un poder insospechado de crear opinión, hacer ambiente, fundar un clima propicio a toda clase de errores. Basta establecer un clima de superficialidad en el tratamiento de los temas básicos de la vida para hacer posible la difusión de todo tipo de falsedades. Según Anatole France, "una necedad repetida por muchas bocas no deja de ser una necedad". Ciertamente, mil mentiras no hacen una sola verdad. Pero una mentira o una media verdad repetida por un medio poderoso de comunicación se convierte en una verdad de hecho, incontrovertida; viene a constituir una "creencia", en el sentido orteguiano de algo intocable, de suelo en que se asienta la vida intelectual del hombre y que no cabe discutir sin exponerse al riesgo de quedar descalificado. A formar este tipo de "creencias" tiende la propaganda manipuladora con vistas a tener un control soterrado de la mente, la voluntad y el sentimiento de la mayoría.
El gran teórico de la comunicación MacLuhan acuñó la expresión de que "el medio es el mensaje": no se dice algo porque sea verdad; se toma como verdad porque se dice. La televisión, la radio, la letra impresa, los espectáculos de diverso orden tienen un inmenso prestigio para quien los ve como una realidad prestigiosa que se impone desde un lugar para uno inaccesible. El que está al corriente de lo que pasa entre bastidores tiene algún poder de discernimiento. Pero el gran público permanece fuera de los centros que irradian los mensajes. Es insospechable el poder que implica la posibilidad de hacerse presente en los rincones más apartados y penetrar en los hogares y hablar a multitud de personas al oído, sin levantar la voz, de modo sugerente.
Antídoto contra la manipulación
La práctica de la manipulación altera la salud espiritual de personas y grupos. ¿Poseen éstos defensas naturales contra ese virus invasor? ¿Cabe poner en juego un antídoto contra la manipulación demagógica?
Actualmente, es imposible de hecho reducir el alcance de los medios de comunicación o semeterlos a un control eficaz de calidad. No hay más defensa fiable que una debida preparación por parte de cada ciudadano. Tal preparación abarca tres puntos básicos:
1)Estar alerta, conocer en pormenor los ardides de la manipulación.
2)Pensar con rigor, saber utilizar el lenguaje con precisión, plantear bien las cuestiones, desarrollarlas con lógica, no cometer saltos en el vacío. Pensar con rigor es un arte que debemos cultivar. El que piensa con rigor es difícilmente manipulable. Un pueblo que no cultive el arte de pensar con la debida precisión está en manos de los manipuladores.
3)Vivir creativamente. Lo más valioso de la vida sólo se lo aprende de verdad cuando se lo vive. Si tú, por ejemplo, prometes crear un hogar con otra persona y eres fiel a esa promesa, vas aprendiendo día a día que ser fiel no se reduce a tener aguante. Aguantar es la tarea de muros y columnas. El hombre está llamado a algo más alto, a ser creativo, es decir: a ir creando en cada momento lo que prometió crear. La fidelidad tiene un carácter creativo. Cuando el manipulador de turno te diga al oído: "No aguantes, búscate satisfacciones fuera del matrimonio, que eso es lo imaginativo y creador", sabrás contestar adecuadamente: “Amigo, yo no intento aguantar, sino ser fiel, que es bien distinto". Lo dirás porque sabrás por dentro lo que es e implica la virtud de la fidelidad.
La movilización de un contraantídoto: la confusión de vértigo y éxtasis
Si tomamos estas tres medidas, seremos libres a pesar de la manipulación. Pero aquí surge un grave peligro: quienes desean dominarnos están poniendo en juego un contraantídoto, que consiste en confundir dos grandes procesos de nuestra vida: el de vértigo y el de éxtasis. Si caemos en esta trampa, perderemos definitivamente la libertad.
El vértigo es un proceso espiritual que comienza con la adopción de una actitud egoísta. Si soy egoísta en la vida, tiendo a considerarme como el centro del universo y a tomar cuanto me rodea como medio para mis fines. Cuando me encuentre con una realidad -por ejemplo, una persona- que me atrae porque puede saciar mis apetencias, me dejaré fascinar por ella. Dejarse fascinar por una persona significa dejarse arrastrar por la voluntad de dominarla para ponerla a mi servicio. Cuando estoy en camino de dominar aquello que enardece mis instintos, siento euforia, exaltación interior. Me parece que voy a adquirir una rápida y conmovedora plenitud personal. Pero esa conmoción eufórica degenera inmediatamente en decepción, porque, al tomar una realidad como objeto de dominio, no puedo encontrarme con ella, y no me desarrollo como persona. Recordemos que el hombre es un ser que se constituye y desarrolla a través del encuentro. Esa decepción profunda me produce tristeza. La tristeza acompaña siempre a la conciencia de no estar en camino de desarrollo como persona. Esa tristeza, cuando se repite una y otra vez, se hace envolvente, asfixiante, angustiosa. Me veo vaciado de cuanto necesito para ser plenamente hombre. Al asomarme a ese vacío, siento vértigo espiritual, angustia.
Si el sentimiento de angustia es irreversible porque no soy capaz de cambiar mi actitud básica de egoísmo, la angustia da lugar a la desesperación: la conciencia lúcida y amarga de que tengo todas las salidas cerradas hacia mi realización personal.
Un joven estudiante se esforzó un día en convencer a una amiga drogadicta de que se estaba destruyendo. Ésta le interrumpió y le dijo con desaliento: "No te canses. Sé perfectamente que estoy bordeando el abismo. Lo que pasa es que no puedo volver atrás, que es bien distinto". Esta conciencia de no tener salida es la desesperación.
La desesperación lleva rápidamente a la destrucción, la propia o la ajena, la física o la moral.
(Digamos entre paréntesis que este proceso se refiere a quienes en perfecto estado de salud se entregan al afán de poseer lo que encandila las propias apetencias, no a quienes sufren algún tipo de depresión por causas fisiológicas.)
Sobrevolemos lo dicho. El vértigo no te exige nada al principio, te lo promete todo y te lo quita todo al final. El vértigo te llena de ilusiones y acaba convirtiéndose en un iluso.
Veamos ahora el proceso opuesto: el de éxtasis o creatividad. Si no soy egoísta, sino generoso, no reduzco cuanto me rodea a medio para mis fines. Yo soy un centro de iniciativa, pero tú también. Por eso te respeto en lo que eres y en lo que estas llamado a ser. Este respeto me lleva a colaborar contigo, no a dominarte. Colaborar es entreverar mis posibilidades con las tuyas. Y este entreveramiento es el encuentro. Al encontrarme, me desarrollo como persona y siento alegría. Esta alegría, en su grado máximo, se llama entusiasmo. A mí me entusiasma encontrarme con realidades que me ofrecen tantas posibilidades de actuar creativamente que me elevan a lo mejor de mí mismo. Esa elevación es el éxtasis. Cuando me siento cercano a la realización de mi vocación más profunda, experimento una gran felicidad interior Esta felicidad me lleva a la edificación  de mi personalidad, de la mía y de la de quienes se han encontrado conmigo. He aquí un dato decisivo: El proceso de éxtasis o encuentro crea vida de comunidad. El proceso de vértigo la destruye.
El éxtasis es un proceso espiritual que al principio te lo exige todo, te lo promete todo y te lo da todo al final. ¿Qué es lo que exige al principio? Generosidad. No encontrarás ni una sola acción que sea creativa en deporte, en vida de relación, en vida estética o religiosa que no lleve en su base alguna dosis de generosidad. Si eres egoísta en la práctica del deporte, reducirás tu juego a mera competición, que es una de las formas del vértigo de la ambición. Tomarás a los compañeros de juego como medios para tus fines. No fundarás unidad sino disensión, y engendrarás violencia.
Están a la vista las consecuencias del vértigo y el éxtasis:
·El vértigo anula poco a poco la creatividad humana -porque imposibilita el encuentro, y toda forma de creatividad se da en el hombre a través de la fundación de modos diversos de encuentro-, amengua al máximo la sensibilidad para los grandes valores, hace imposible la fundación de modos elevados de unidad.
·El éxtasis, por el contrario, incrementa la creatividad, la sensibilidad para los grandes valores, la capacidad do unirse de forma sólida y fecunda con las realidades del entorno.
Ahora podemos responder lúcidamente a la pregunta que dejamos antes pendiente. Decíamos que el tirano domina a los pueblos reduciendo las comunidades a meras masas. Lo hace amenguando la capacidad creadora de  cada una de las personas que constituyen tales comunidades. Este empobrecimiento de las personas se consigue orientándolas hacia las diversas formas de vértigo no hacia las de éxtasis. Para ello el demagogo manipulador confunde ambas formas de experiencia, y dice a las gentes, sobre todo a los jóvenes: "Os concedo todo tipo de libertades para realizar experiencias exaltantes de vértigo. Esa exaltación es la verdadera forma de entusiamo, y conduce a la felicidad y la plenitud".
Si caemos en esta trampa artera, no tenemos futuro como personas. Vértigo y éxtasis son polarmente opuestos en su origen -que es la actitud de egoísmo, por una parte, y de generosidad, por otra- y son diversos en sus fines: El vértigo tiende al ideal del dominio y el disfrute; el éxtasis se orienta al ideal de la unidad y la solidaridad. Confundir ambos tipos de experiencias significa proyectar el prestigio secular de las experiencias que los griegos denominaban "éxtasis" -elevación a lo mejor de uno mismo- sobre las experiencias de vértigo y dar una aparente justificación a las prácticas que conducen al hombre a formas de exaltación aniquiladora.
Nuestra voluntad de supervivencia como seres personales nos lleva a preguntar si hay un antídoto contra la confusión de vértigo y éxtasis. Por fortuna, lo hay, y se basa en la convicción de que el ideal lo decide todo en nuestra vida. Somos seres dinámicos, debemos configurar nuestra vida conforme a un ideal; tenemos libertad para tomar un ideal u otro como meta de la existencia, impulso y sentido de nuestro obrar, pero no podemos evitar que el ideal del egoísmo y el dominio nos exalte primero y nos destruya al final, y que el ideal de la generosidad y la unidad nos exija al principio un gran desprendimiento y nos dé al final la plenitud. El hecho de orientar la vida hacia este ideal plenificante nos impulsa a elegir en cada momento lo más adecuado a nuestro verdadero ser. Esta libertad interior nos inmuniza en buena medida contra la manipulación.
La configuración de un Nuevo Humanismo
Una vez que recuperemos el lenguaje secuestrado por los manipuladores y ganemos libertad interior, podemos abordar con garantía de éxito la gran tarea que tiene ante sí la Humanidad actual: dar vida a una nueva forma que asuma los mejores logros de la Edad Moderna y supere sus deficiencias, las que provocaron dos hecatombes mundiales. Esta tarea, que en lenguaje religioso se está llamando "reevangelización", sólo podrá llevarse a cabo si vamos a la raíz de nuestro obrar. La raíz es el ideal que nos mueve.
Desde el período de entreguerras se pide en Europa un cambio en el estilo de pensar, de sentir y actuar. Ese cambio no se ha realizado. De ahí el desconcierto y la apatía de la sociedad contemporánea. Es hora de abandonar la indecisión y poner las bases de una concepción de la vida aquilatada, más ajustada a la condición verdadera del ser humano. Ello requiere tener la valentía de optar por el ideal de la generosidad, la unidad, la solidaridad. Ese ideal -y la cultura a él correspondiente- tiene una antigua y prestigiosa tradición en Europa, pero, frente a la época anteriores a la nuestra, se nos presenta como algo novedoso. Si lo asumimos animosamente, sin restricción alguna, veremos nuestra vida colmada de alegría, pues, como bien decía el gran Bergson, "la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado" [4] . Y no hay mayor triunfo que el crear modos auténticos de unión personal.
Que esta tarea creativa se lleve a cabo en la sociedad actual depende en buena medida de los medios de comunicación. Un día y otro, con el poder de persuasión que ejerce la insistencia, los “medios” abren ante el hombre actual dos vías opuestas: la vía de la creatividad y la edificación cabal de la personalidad, y la vía de la fascinación y el desmoronamiento de la vida personal. Cuando se habla de manipulación, se alude a una forma de abuso de los medios de comunicación que tiende a encaminar a las gentes por una vía destructiva.
Cabe, sin embargo, otra forma de uso que asuma todas las posibilidades de tales medios y les confiera una honda nobleza y una gran fecundidad. Sólo cuando las gentes se orienten por esta vía tendrán garantizada su libertad en el seno de los regímenes democráticos, que -bien está recordarlo- no generan libertad interior automáticamente.


[1] Este trabajo servirá de Introducción a un curso que el autor va dar en breve en el Internet del Vaticano (Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales) con ese mismo título.
[2] Sobre este concepto de “ideología” puede verse mi trabajo “Conocer, sentir, querer. A propósito del tema de las ideologías”, en Hacia un estilo de pensar I. Estética. Editora Nacional, Madrid 1967, págs. 39-96.
[3] Cf. Nietzsche I, Neske, Pfullingen 1961, p. 400.
[4] Cf. L’energie spirituelle, PUF, París 321944, p. 23