miércoles, 1 de octubre de 2014

EL MURO- HISTORIA DEL FIN DEL COMUNISMO

 




El muro fue el símbolo más significativo de la era comunista. El derribamiento del muro fue, a su vez, un símbolo de significaciones múltiples. Por una parte, era el símbolo de la división de una nación. Por otra, el símbolo de la Guerra Fría. Tampoco hay que olvidar: fue también el símbolo de la división de Europa. Y no por último, era  el símbolo de la división espiritual del Occidente político; un muro que inhibía el pensamiento y  que –temo-  aún no ha sido derribado en mentes políticamente bi-polarizadas las que, después de la atroz experiencia, intentan reincidir en América Latina en nombre de aberrantes consignas, como la del “socialismo del siglo XXl”, entre otras.


Ayer los demócratas de Europa lucharon para derribar el muro de cemento. La lucha para derribar esos “muros detrás del muro” que son los muros ideológicos, debe continuar. En eso estamos.


A continuación reproduciré un pasaje de mi libro “Historia del fin del comunismo”   (Editorial Libros de la Araucaria, Buenos Aires, 2006)

Mientras en la mayoría de los países socialistas las condiciones internas fueron en el orden de los sucesos más importantes que el llamado "factor externo", en la revolución democrática alemana -tan bien simbolizada con el derribamiento del Muro de Berlín- pareció ser al revés.

Si no se hubiesen desencadenado los acontecimientos en los demás países so­cialistas, todavía Honecker y su pandilla estarían rigiendo los destinos de la RDA. Pero a la vez, si el 9 de noviembre de 1989 no hubiera sido derribado el muro de Berlín, la revolución democrática de los países socialistas del Este nunca podría haber sido consumada hasta el final. Porque ese muro no sólo dividía a una nación en dos: era la expresión concreta, geográfica y mental, de la división de Eu­ropa. Más aún: era el símbolo de la época bipolar. No sólo dividía a Europa, parecía dividir al mundo. Su dura y severa construc­ción permanece todavía en mentes no aptas para producir categorías equi­valentes a una realidad multipolar. El muro era la lógica bipolar en acción.

Si los disidentes polacos habían llegado a la conclusión de que no es posible una revolución democrática en un sólo país, los opositores alemanes sabían que menos podía ser realizado en medio país. Porque pese a los es­fuerzos de la clase comunista dominante para construir desde el Estado una nación, todo el mundo percibía que Alemania, en su conjunto, era una nación con dos Estados. Pero desde los tiempos de Bizmark los políticos alemanes creían que la Nación es el Estado. Fue quizás esa una razón por la cual los gobernan­tes de ambos lados se habían acostumbrando a la idea de que existían dos naciones. La noción bizmarkiana de la nación entroncaba perfectamente con la de la clase dominante de la RDA. Pero esa no era la de la mayoría de la población cuyos familiares, después de la construcción del muro, habían quedado re­partidos en ambos lados. El colapso del comunismo significó, en el caso alemán, no sólo la reunificación de una nación sino, además, la integración existencial de los habitantes del país.

¿Colapso o revolución?
No deja de ser sintomático que quienes más hablan de colapso para referirse a las revoluciones que tuvieron lugar en Europa del Este sean precisamente los intelectuales alemanes. Y efectivamente, la revolución de la RDA fue más colapso que revolución, o si se quiere: la revolución surgió del colapso y no al revés como ocurrió en otros países. Por lo mismo, los acon­tecimientos de la RDA no se encuentran ligados a ningún punto de encuen­tro, o de culminación, o de partida histórico. Para la RDA 1989 fue el co­mienzo, pero también el final de la revolución.

Lo dicho no significa que en la RDA no hubiese existido una disidencia. Hacia 1987-1988 había una oposición casi formal constituida por 160 organi­zaciones por los derechos civiles que reunían más de 2500 militantes, sin contar la oposición pasiva que provenía desde los centros eclesiásticos. Pero esa oposición no era frontal como en Che­coeslovaquia; tampoco pactante como en Polonia; ni siquiera tolerante, como en Hungría. Era simplemente colaboradora. Ese adjetivo que puede sonar terrible, correspondía al orden de cosas que se había establecido y no tiene porque ser necesariamente peyorativo, aunque la moda es que muchos in­telectuales hablen hoy día del segundo fracaso alemán: la colaboración con el fascismo primero, y la colaboración con el estalinismo, después. La analogía es, por lo menos en tres sentidos, exagerada.

En primer lugar, pese a todas sus maldades, Honecker, ni siquiera Ulbrich, pueden ser comparados con Hitler, punto en que están de acuerdo hasta los historiadores más conservadores.

En se­gundo lugar, la economía y el poder político alemán del Este habían al­canzado un grado de estabilidad superior al de la URSS y regían como "modelo" en el mundo socialista.


En tercer lugar, y eso se sabía tanto en el Oeste como en el Este, la división alemana era un hecho de post-guerra que hipotecaba al país no sólo como iniciador de una guerra mundial sino, además como consecuencia del más grande holocausto de la historia univer­sal. Poner en tela de juicio a la RDA significaba discutir el orden geopolítico de post-guerra, y para hablar sobre esa materia, los alemanes de ambos la­dos tenían más que justificados complejos. En otras palabras: tanto los unos como los otros sabían que el cuestionamiento del socialismo pasaba necesa­riamente por asumir la cuestión nacional. Y eso no estaba permitido, ni por la grandes potencias, ni por los países vecinos, ni por el orden de la "guerra fría". Es por eso que la reunificación de las dos Alemanias tuvo que arreglarla Kohl sin consultar a ninguno de los dos pueblos alemanes, pero sí por medio de sus relaciones casi personales con Gorbachov quien, como re­presentante por lo menos formal de una de las potencias de 1945, daría el visto bueno. A USA después de eso no le quedaba más que agregar su firma. En verdad, el refundador de la nación alemana fue, más que Kohl, Gorbachov.

Pero no solamente la cuestión nacional paralizaba a la disidencia de la RDA. Muy ligado a ella estaba el pasado fascista. Los jerarcas comunistas, efectiva­mente, habían sabido vender muy bien la teoría de que el origen de la RDA había sido la lucha contra el fascismo. Así, en la RDA se había producido una afinidad entre antifascismo y estalinismo. Poner en duda ese socialismo era casi igual a poner en duda el origen antifascista del Estado de la RDA. Algún día deberá ser analizado el perverso sentido del antifascismo cuando éste fue institucionalizado como poder en una época en que el fascismo ya no existía. En nombre del antifascismo se han justificado crímenes innombrables. Todo eso, independientemente a que el arreglo de cuentas con el pasado fascista fue mucho más consecuente en la RFA que en la RDA, en donde el propio Partido mantenía funcionarios que en su juventud habían saludado con la mano no empuñada sino extendida.


El hecho de ser un medio país también era un obstáculo para la disi­dencia de la RDA en el sentido de que estar contra el régimen significaba casi automáticamente estar con la RFA, aunque fuera, como rezan tantas acusa­ciones del Estado, "objetivamente". De la misma manera que en la RFA ser comunista era casi similar a ser espía, disentir del Partido era juz­gado en la RDA como un delito en contra de la seguridad nacional. En breve, la geopolítica determinaba a la política, y eso es lo peor que puede suceder a la política.


En un sentido inverso, quienes se sentían asfixiados por el régimen, tenían siempre una alternativa: la fuga, a riesgo por cierto, de ser al­canzados por una bala (y muchos lo fueron). Esto vale tanto para la disi­dencia como para los ciudadanos normales. La fuga era una institución. Na­turalmente, para la Nomenklatura quienes se fugaban eran traidores a la nación. Es por eso que a los disidentes políticos más renombrados, o les ofrecían el destierro, o los desterraban a la fuerza hacia la Alemania Occidental, como ocurrió con Biermann y con Bahro, entre otros. Hacerlos pasar la frontera de ese país imaginario que era la RDA, era prueba suficiente de que esta­ban, no contra los intereses de la clase comunista dominante, sino que de la nación. Pues, la “Nomenklatura” alemana, como representación hegeliana del Estado, se había apoderado de la nación. El pequeño problema es que esa nación no existía. Era una delimitación territorial de post-guerra, una reservación comunista sin raíces culturales ni políticas. Pero la nación, y eso lo sabía el propio Honecker, algunos de cuyos parientes vivían en Occidente, cruzaba los lí­mites y los muros; de lado a lado.


Debido a esas razones, el objetivo fundamental de la oposición en la RDA no era derribar al régimen sino conquistar espacios de autonomía. Por cierto, lo mismo buscaba la oposición en los demás países socialistas. Pero mientras en ellos la conquista de espacios formaba parte de una estrategia general cuyo objetivo era el fin del comunismo, en la RDA era la propia estrategia. No se trataba en buenas cuentas, para esa disidencia, de derribar al sistema, sino de modificarlo. Pero para eso de­bía colaborar por lo menos parcialmente con el régimen; y lo hizo consecuentemente. Esa es la razón por la cual en los servicios de inteligen­cia de la RDA muchos demócratas aparecen hoy como colabora­dores. Y efectivamente lo eran. Para hacer oposición era necesario colaborar, esto es, manifestar cierta lealtad al gobierno y sus instituciones y aceptar participar en sus reglas del juego. A cambio de eso, nadie va a molestar; se podrá manifestar de vez en cuando opiniones propias; o reunirse con un grupo de descontentos; poner las antenas de televisión hacia occidente; de vez en cuando obtener permiso de viaje; recibir parientes y regalos; escri­bir una novela o un poema no pro-comunista y, si las condiciones se daban, firmar un manifiesto de apoyo por la liberación de algún disidente que ha ido demasiado lejos en el juego. En otras palabras: en la RDA había una oposición tolerada. Colaboraba, es cierto. Pero también es cierto: era oposi­ción.

Marxismo y disidencia

Por último, hay otro detalle que no siempre es señalado en la caracteri­zación de la oposición alemana del Este. Muchos de sus representantes, quizás la mayoría, eran marxistas; diferencia fundamental con la oposición de los otros países socialistas. En Polonia, algunos miembros del KOR como Ku­ron, habían sido marxistas, y muchas veces aplicaban en sus análisis crite­rios marxistas. Pero, por lo menos semánticamente, habían abandonado al marxismo como identidad ideológica pues el marxismo no sólo era en esos países la ideología de la casta dominante; también era la del poder im­perial soviético. En la RDA también. Pero, y esto es muy importante: a diferencias con otros países, el marxismo forma parte de la tradición cultural, política y teó­rica alemana.


La RDA era quizás el único país en donde alguien podía de­clararse marxista sin entrar en contradicción con las tradiciones nacionales. A veces se tiene la impresión de que la adhesión al marxismo de muchos alemanes, del Este y de Oeste, no es sino una forma particular de ser nacionalistas pues, en la "recuperación" del marxismo buscaban mantener viva no sólo la palabra de Marx, sino las tradiciones y culturas del mo­vimiento obrero y socialista, esto es, una parte fundamental de la historia nacional que todavía, desfigurada eso sí, pervive en la propia Socialde­mocracia. Y desde esa perspectiva, es difícil criticarlos.


En ningún otro país socialista hubiera sido posible que una demostra­ción disidente fuera realizada en nombre y con las consignas de Rosa Luxemburg y Liebknecht, como ocurrió en enero de 1988. Pues, los disiden­tes no sólo eran marxistas; además, eran mejores marxistas que los de la Nomenklatura quienes, como Honecker, habían reducido toda su teoría a un puñado de consignas fáciles y tontas.


Ahora bien, ese doble carácter, disidencia y marxismo, no era compar­tido por la población. Como la mayoría no era disidente, no tenía tampoco ninguna necesidad de colaborar. Y como la mayoría no era marxista, no po­seían ningún grado de parentezco con la Nomenklatura. "Intelligenzia y No­menklatura" - escribe Jens Reich - "eran en el mejor de los casos hermanos que se odiaban, pero no clases antagónicas". Por eso mismo, cuando llegó el momento de la definitiva ruptura, la población pudo ser mucho más radical que la disidencia, otra diferencia notable con la situación que se dio en los demás países del área. Durante el período de estabilidad de la dictadura, esa población había dejado abandonada a la disidencia por­que gozaba de privilegios que en otros países estaban sólo reservados para la Nomenklatura. Durante el período de la revolución, la volvió a dejar ab­andonada, siguiendo de largo en sus reivindicaciones y pidiendo en las calles, rápidamente, por la reunificación nacional, poniendo término al "contrato social" establecido que más o menos decía así: "Ustedes hacen como que gobiernan; nosotros hacemos como que obedece­mos".

La hora del pueblo

Somos el pueblo, primero; somos un pueblo, después.


De la soberanía democrática a la soberanía nacional había un sólo paso. Esas consignas correspondían a la lógica real de los acontecimientos que la disidencia, en­cerrada en su propia contradicción, no podía seguir hasta el final. Así se explica que cuando el colapso tuvo lugar, y el muro fue derribado, los representantes de esa disiden­cia seguían pidiendo, casi candorosamente, por un socialismo reformado. La revolución del pueblo no podía ser la de la disidencia. Pero a la vez, sin esa oposición colaboracionista que erosionó al régimen interiormente, la re­volución popular tampoco habría sido posible.


El colapso del régimen venía anunciándose desde el momento en que durante la celebración de los cuarenta años de socialismo la multitud en las calles saludó a Gorbachov como a un libertador. Enseguida, con la apertura de las fronteras en Hungría, Checoeslovaquia y Polonia, tuvo lugar un éxodo en masa sin precedentes. Daba la impresión que en la RDA al final sólo iban a permanecer Honecker, su fanática esposa y el estalinista Mielke, para apagar las lu­ces y cerrar las puertas.


La Nomenklatura contribuía a su desligitimación sin saber como reaccionar frente a ese fenómeno. En mayo de 1989 había falsificado las elecciones comunales ante la protesta irritada de la población que ya sabía que en la URSS habían elecciones limpias. La poco genial iden­tificación pública del Comité Central con los asesinatos de la Plaza de la Paz Celestial de Pekin, provocó un sentimiento de repulsión general. La oposi­ción, hasta entonces elitista, por efecto de una verdadera reacción en cadena, se multiplicaba en las calles. Parecía que los alemanes del Este querían re­cuperar en un par de días todos los años perdidos. Por todas partes sur­gían iniciativas civiles, grupos, nuevos partidos. Algunos muy originales. Otros no era más que malas copias de los de la otra Alema­nia. Las demostraciones de los Lunes en Leipzig eran cada vez más numero­sas. Los grupos de rock, los escritores, los actores, cada uno quería hacer algo por esa imprevista revolución. Como presintiendo que la "luna de miel" iba a ser muy breve, se daban a la imposible empresa de construir una "sociedad civil" en el menor tiempo posible. Al fin, en esa sociedad amurallada, triunfaba la política, en su verdadera expresión. El 9 de octubre surgió de lo más íntimo, el grito soberano: "nosotros somos el pueblo". El 9 de noviembre, al abrirse el muro, terminaba la era del comunismo. Terminaba también el momento del pueblo. Había llegado la hora del Ejecutivo. Este no había surgido de la revolución, como en Varsovia. Fue el Canciller Kohl, el menos apropiado quizás para realizar un acto revoluciona­rio, quien tuvo que consumar la revolución mediante la reunificación.
Sin ninguna patología, casi administrativamente, Alemania volvió a la normalidad y comenzó a ser una nación con un sólo Estado. Como debe ser toda nación.

VENEZUELA: REVOLUCIÓN FALSIFICADA.

Revolución falsificada

La Boliburguesía, a pesar de su carácter parasitario, tiene una importante presencia en las esferas de la administración pública, principalmente en instancias de toma de decisiones vinculadas al sector financiero y económico nacional.
La Boliburguesía, a pesar de su carácter parasitario, tiene una importante presencia en las esferas de la administración pública, principalmente en instancias de toma de decisiones vinculadas al sector financiero y económico nacional.

Tanto el capitalismo privado como el de Estado son son enemigos históricos de la clase trabajadora

José Rafael López Padrino
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Jose_Rafael_Lopez_Padrino_1A partir del años 1998 asistimos a una recomposición del modelo de dominación en el país. El Estado fue reformulado bajo una óptica facho-militarista y reapareció bajo nuevos ropajes, sin perder su carácter explotador. El tan cuestionado capitalismo privado, ha sido reemplazado por un capitalismo de Estado favoreciendo la constitución de mercados monopólicos, protegidos por el propio Estado. 
Tanto el capitalismo privado como el de Estado son afines en muchos aspectos, son complacientes ante la inversión transnacional, son proclives a la entrega de los recursos naturales energéticos al capital foráneo -al margen de la falacia de la soberanía energética bolivariana-, y son practicantes del endeudamiento externo.Además, son adeptos a impulsar un alto grado de extranjerización de los sectores productivos de la economía, a imponer sistemáticas devaluaciones de la moneda nacional, y profundizar el rentismo petrolero. Igualmente a maximizar la tasa de ganancias mediante la congelación de los salarios, una mayor precarización laboral y un incremento de la desocupación. Adicionalmente, ambos son enemigos históricos de la clase trabajadora. 
Las acciones del régimen lejos de impulsar un proyecto anticapitalista han permitido el florecimiento de un modelo estatista de acumulación del capital (“burguesía de Estado”) que ha confiscado las aspiraciones de los trabajadores y ha favorecido el surgimiento de una burguesía-paraestatal (entiéndase boliburguesía) cuyos integrantes disfrutan de multimillonarias fortunas. Boliburguesía que a pesar de su carácter parasitario tiene una importante presencia en las esferas de la administración pública, principalmente en instancias de toma de decisiones vinculadas al sector financiero y económico nacional. 
La corrupta estadolatría bolivariana se ha convertido en una nueva referencia como modelo de corrupción, represión y explotación maquillado con “ropaje libertario”. No representa más que una nueva forma de expoliación de los trabajadores, de apropiación de la plusvalía por parte de un omnipotente y opresor Estado-patrón. Bajo el estatismo bolivariano persiste la contradicción entre el carácter social de la producción y la forma capitalista de apropiación del trabajo. El fachochavismo ha demostrado que lejos de constituir una verdadera alternativa al “tan cuestionado capitalismo explotador”, paradójicamente lo ha apuntalado pero con una retórica revolucionaria.
En la Venezuela bolivariana no se construye ningún proyecto contrahegemónico, ni poder popular autónomo, ni democracia protagónica. Se trata de una charlatanería fraudulenta, que en nombre del socialismo participativo y liberador ha dado vida a un régimen neo-oligárquico, salvaje y despótico con un profundo sello militarista. Son tiempos de revolución reaccionaria y falsificada, de represión y criminalización del conflicto social, de explotación y precarización laboral.

EL FASCISMO VENEZOLANO: A CONFESIÓN DE PARTE.

A confesión de parte

Hoy, quienes se autoproclaman “revolucionarios” y de “izquierda”, promueven activamente la ignorancia para ampararse detrás de fanatismos de secta como último refugio ante la implacable evidencia de su fracaso.
Hoy, quienes se autoproclaman “revolucionarios” y de “izquierda”, promueven activamente la ignorancia para ampararse detrás de fanatismos de secta como último refugio ante la implacable evidencia de su fracaso.

Mantener la sociedad en tensión permanente, ingeniando conspiraciones que amenazan las “conquistas del pueblo”, era  menester para galvanizar a los fieles detrás del Líder

Humberto García Larralde
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El lenguaje del fascismo es la guerra. Por su intermedio invoca luchas épicas contra enemigos de la Patria, siempre al acecho. En este imaginario romantizado, el pueblo deja de ser una conjunción heterogénea de individuos procurando intereses particulares o colectivos, para elevarse en una voluntad general única dispuesta a sacrificarse en defensa de la noble causa patria. Lo militar cobra preeminencia en esta gesta, tanto en la subordinación de lo civil a lo castrense, como en la imposición de códigos militares entre los adeptos. Su regimentación como tropa uniforme presta a cumplir las órdenes del Comandante supremo se escenifica como si fuese el “pueblo” que aplasta al enemigo.
Tal fue el caso de los fascii di combattimento que seguían a Mussolini, como de los Sturmabteiling o S.A., brigadas de choque del terror hitleriano. Mantener la sociedad en tensión permanente, ingeniando conspiraciones que amenazan las “conquistas del pueblo”, era  menester para galvanizar a los fieles detrás del Líder. Como es de imaginar, bajo tales condiciones desaparecía la política o ésta se trastornaba –invirtiendo a Clausewitz- en “la prosecución de la guerra por otros medios”. La apacible convivencia en sociedad se postergaba indefinidamente hasta la ansiada conflagración final que liberaría para siempre a la patria de sus odiados enemigos. 
Chávez peroraba incansablemente contra una “guerra mediática” al verse criticado públicamente. Asimismo, no dejaba de recordar que su “revolución” era armada –con cañones y poder de fuego- por si el pérfido imperio y sus secuaces internos atentasen contra ella. Su sucesor, mucho menos habilidoso para defenderse en público y habiendo heredado el inmenso desastre urdido por aquél –con su complicidad y anuencia-, apela al calificativo de “guerra” para encubrir su incapacidad para enderezar tamaño entuerto.
Haciendo gala de un cinismo insólito y desafiando el sentido del ridículo, Maduro insiste en la existencia de una “guerra económica” para explicar las penurias –increíbles en un país con los ingresos petroleros como el nuestro- que plagan hoy la vida de los venezolanos. Ahora, cuando los niveles de destrucción evidencian la vulnerabilidad del sistema de salud ante males como los que ocasionaron la muerte de varios pacientes en Maracay y Caracas, no se le ocurre otra cosa que aludir a una “guerra biológica” y hasta a una “guerra bacteriológica” de la “derecha” como justificativo. Y para no dejar piedra sobre piedra en la gesta bélica con que identifica su gestión, invoca también una “guerra sicológica” por parte de aquellos que exigen al gobierno informar con la verdad sobre estos casos. 
Lamentablemente, tales desvaríos no son para despacharlos, hilarantes, por absurdos. Expresan la única forma en que encuentra Maduro y la oligarquía en el poder para perpetuar el régimen de expoliación –de saqueo- en que han convertido esta “revolución”. Es la confesión más palmaria de que no les interesa buscar los consensos necesarios para superar la actual catástrofe. Su problema no es obrar por el bien del país. El modelo ha sido exitoso –afirman- y el país está en vías de lograr la máxima felicidad social. Y procuran creerlo en un intento por sepultar su culpa en el envilecimiento de la vida de los venezolanos. Pero de ello no tienen escape. De ahí la repetición incesante de contraposiciones maniqueas que pretenden que los “buenos revolucionarios” están defendiéndose legítimamente de las “guerras” libradas en su contra por traidores aupados por el imperio.
Y debe reconocerse que el fascismo venezolano en esto ha sido habilidoso, ataviándose con un ropaje de izquierda, justiciero y bendecido por las ruedas de la Historia, para encubrir un régimen militar represivo, excluyente, con vocación totalitaria. Esta metamorfosis llega al extremo incluso de acusar a los luchadores por la democracia de “fascistas” (¡!) como forma de justificar, de acuerdo con esa cosmovisión comunista que se empeñan en ser expresión, el atropello de sus derechos más básicos. De ahí el llamado a estrechar anillos de seguridad por parte de la militancia del PSUV, agrupada en unidades de batalla chavistas (UBCh) y colectivos armados, confirmación de la naturaleza claramente fascista de esa agrupación política. 
Hubo una época, no tan lejana, en que ser de izquierda significaba defender la búsqueda de la verdad y el avance del conocimiento para desenmascarar al oscurantismo que impedía avanzar a estadios de mayor justicia y libertad.Significaba reivindicar la civilidad y la ciudadanía activa, de conciencia crítica y libertaria, frente a los intentos de su sojuzgamiento bajo la bota militar. Hoy, quienes se autoproclaman “revolucionarios” y de “izquierda”, promueven activamente la ignorancia para ampararse detrás de fanatismos de secta como último refugio ante la implacable evidencia de su fracaso. Con ello amparan a los Carvajal, Cabello, Ameliach, Rodríguez Torres y demás especímenes pinochetescos que se han “cogido” al país -en ambos sentidos de la palabra- en connivencia con los Jorge Rodríguez, Aristóbulo Istúriz y Jaua. Pero es que ante la alternativa de abandonar los frutos del régimen de expoliación que ha construido, la oligarquía militar/chavomadurista no va a ceder.
Con los ingresos petroleros más altos de la historia y ante un sistema de precios controlados que no reflejan el costo verdadero de bienes y servicios, una gasolina regalada y un dólar oficial artificialmente barato, ingredientes para transformar en multimillonarios a quienes tengan los contactos adecuados, ¿van a rectificar? ¿Para qué han convertido el Poder Judicial en instrumento “revolucionario” si no es para garantizar un manto de impunidad ante tanta vagabundería “bolivariana”? ¡“Se trata de enfrentar una guerra”, viva la “revolución”! 
Las imbecilidades que a diario repite la oligarquía a través del control hegemónico que ejercen sobre los medios representan un intento desesperado por la absolución ante tanta maldad y perversidad. Igual que la hipocresía, la invocación de una mitología justiciera de “izquierda” representa el tributo que le hace el vicio a la virtud.

lunes, 29 de septiembre de 2014

AMÉRICA LATINA PODRIA SUMAR MILLONES DE NUEVOS POBRES

Por qué América Latina podría sumar millones de nuevos pobres

  • 1 septiembre 2014
Familia pobre en Brasil
Las protestas de 2013 en Brasil fueron en gran parte protagonizadas por pobres que ascendieron a la clase media pero están insatisfechos con la economía del país.
El crecimiento de la última década permitió una reducción a casi la mitad de la pobreza en América Latina, pero creó también una población extremadamente vulnerable a la actual desaceleración económica regional.
El estudio más reciente sobre el tema del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que abarca a 18 países de la región, señala que el 38% de la población se encuentra en este limbo social de vulnerabilidad.
Se trata de unos 200 millones de personas que no son pobres, pero tampoco ingresaron a la clase media y corren peligro de perder sus conquistas de la última década.
"Hay dos noticias buenas y una mala", afirma Alfredo González, especialista en Pobreza y Desarrollo Humano del Departamento de América Latina del PNUD.
"Las buenas son el aumento de la clase media y la disminución de la pobreza. La mala es que aumentó el número de personas vulnerables a caer nuevamente en la pobreza. Hoy tenemos un amesetamiento de un modelo que se basó en el crecimiento económico, pero también en políticas focalizadas desde el Estado para combatir la pobreza".
Población vulnerable

Un solo peldaño

El estudio del PNUD se concentra en tres sectores definidos por sus ingresos: pobres, clase media y vulnerables.
La clase media (con ingresos entre US$10 y US$50 diarios) creció en 82 millones de personas, pasando del 21% de la población en 2000 al 34% en 2012.
Los pobres (ingresos de US$4 o menos) disminuyeron en 16,4 puntos, del 41,7% al 25,3%: 56 millones salieron de la pobreza.
La parte vacía del vaso son los vulnerables que aumentaron un 3,4%, del 34,4% al 37,8%, equivalente a unas 43 millones de personas.
"Una proporción de las personas que abandonaron la pobreza pasó a formar parte de la clase media, que también se puede haber visto engrosada por sectores que estaban en una situación de vulnerabilidad y dieron el salto", dice González.
Pero durante esta década, para muchos el salto fue de un solo peldaño, de una situación de pobreza a otra de vulnerabilidad".

La elusiva clase media

Una marca del desarrollo económico-social de un país o región es la densidad de la clase media.
Durante décadas, el mantra sobre América Latina era que estaba dividida entre élites minoritarias con acceso a todos los factores de poder económico y político, y las grandes mayorías excluidas con una finísima capa en el medio conformada por una débil clase media.
Este panorama está cambiando.
Clase media
En 2000-2012 la clase media a nivel regional tuvo un incremento espectacular de más de 80 millones de personas.
Pero la desaceleración económica regional aumenta el peligro de que ese universo pueda volver a la pobreza.
"Hay una clase media asentada durante generaciones que ha acumulado patrimonio heredable y ha tenido acceso a la salud y educación. Esta clase media tiene una solidez mucho mayor que los sectores que acaban de dar el salto desde la pobreza", puntualiza González.
Según el especialista, la "nueva clase media" está mucho más expuesta a los avatares económicos o personales.
"Un cambio de viento económico o en las circunstancias personales como son los llamados gastos catastróficos, sea por enfermedad grave de un familiar o pérdida de trabajo, pueden obligar a la venta del coche o del departamento y a un brusco deterioro de su situación social", añade.

Crecimiento y política social

El crecimiento económico de la llamada década dorada (2002-2012) ha sido clave para este nuevo panorama social.
De la mano del aumento de las materias primas y la demanda china, la región creció un 3,7% de promedio anual, cuatro veces más que en las dos décadas previas (1980-2000).
Al mismo tiempo, se financiaron planes focalizados del Estado para combatir la pobreza.
Gráfico reducción pobreza.
Un ejemplo de estos planes son las transferencias condicionales en los que la ayuda económica depende de que la familia garantice la escolaridad y la atención sanitaria de los niños.
Estos planes permiten al mismo tiempo mejorar los ingresos de los pobres y allanar el camino para que una nueva generación crezca con mejor acceso a bienes sociales básicos, como la salud y la educación.
Favela en Lima, Perú
En América Latina existe el riesgo de que quienes superaron la pobreza vuelvan a caer en ella.
El Plan Familias y el Jefes y Jefas de Hogar en la Argentina, el Bono Juancito Pinto y el Madre Niño-Niña en Bolivia, el Chile Solidario, el Familias en Acción en Colombia, el Bono de Desarrollo Humano en Ecuador y Oportunidades en México son algunos de los ejemplos de este tipo de ayuda focalizada y condicional.
"El tema es cómo moverse a partir de ahora, como lograr que esta población que salió de la pobreza pueda dar un nuevo salto como para afianzar su nueva situación social y dejar de pertenecer a este sector vulnerable dependiente de estas ayudas sociales", indica González.

El futuro

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) recortó este agosto su pronóstico de crecimiento anual para la región del 2,7% al 2,2%, una caída respecto a 2013.
Con esta caída del crecimiento se pone en peligro uno de los pilares de estos cambios pero, según el PNUD, el problema que enfrenta la región va más allá de la cuestión meramente económica.
"Las políticas sociales tuvieron un éxito indudable, pero ahora se necesita avanzar hacia núcleos más duros y resistentes de nuestra estructura económico-social como la política impositiva que es claramente regresiva", señala González.
Los impuestos pueden ser directos (a la renta y la propiedad) o indirectos (al consumo).
Mientras los primeros favorecen la equidad bajo el principio de que el que más tiene más paga, el impuesto al consumo -también llamado al valor agregado o IVA- tiene un impacto regresivo: el rico y el pobre pagan lo mismo por el precio de un producto.
Un reciente trabajo sobre la política fiscal regional de la Cepal halló que en América Latina menos de un tercio de la recaudación corresponde a impuestos directos. Europa es el ejemplo inverso.
A esto se suma la enorme evasión fiscal que hay en la región, como se ve en la presencia de México y Venezuela entre los diez países con mayor fuga de capitales, según la ONG Global Financial Integrity (GFI).
Un estudio específico sobre el impacto en Argentina -"Fuga de Capitales III (2002-2012)"- halló un aumento del Coeficiente Gini, que mide la desigualdad social, de 0,42 a 0,49 puntos una vez que se contabilizaban los fondos fugados a paraísos fiscales.
El modelo económico-social de la última década en América Latina podía aspirar a la cuadratura del círculo: gracias al mayor crecimiento se podían lanzar políticas redistributivas que no afectaban a las élites.
"Hemos entrado en otra etapa en la que para seguir avanzando habrá que tocar intereses específicos con el peligro de generar tensiones políticas. Ahora se viene lo más difícil", concluye González.

domingo, 28 de septiembre de 2014

VENEZUELA: EL PODER ENFERMO

Juan Manuel Trak / 18 de septiembre de 2014
El realismo político establece que cualquier medio es válido para alcanzar y mantener el poder. En contextos altamente democráticos esto se traduce en competencias electorales en donde la ideología y los programas son el centro de la contienda política, pues la manera más efectiva de alcanzar el poder es a través del ofrecimiento de políticas universales que convenzan al mayor número de votantes posibles de que vote por una opción y no por otra. En contextos democráticos no tan institucionalizados, la ideología y los programas pasan a estar en segundo plano, pues conviven con prácticas clientelares en donde el intercambio directo de bienes, servicios y puestos de trabajo son los incentivos para un número importante de electores que buscan beneficios a corto plazo.
En regímenes híbridos, como el venezolano, el mantenimiento del poder deja de ser un intercambio directo (clientelar) o indirecto (programático) entre políticos y votantes, para transformarse en una relación de dominación en la que el miedo y la dependencia dominan la relación entre los políticos y la sociedad. Así, el Estado se erige como aquel que tiene el control sobre la distribución cuasi monopólica de la alimentación, seguridad, salud, educación y vivienda; que los utiliza como mecanismos para afianzar su sometimiento y control sobre la sociedad. El acceso a estos bienes y servicios deja de ser un hecho normal para ser una acción extraordinaria, la cual es utilizada en beneficio publicitario de quienes gobiernan, sin importar si esa distribución es sostenible en el tiempo.
Desde este punto de vista, la crisis sanitaria tiene una explicación que trasciende la ineficacia e ineficiencia de la burocracia estatal. El sistemático abandono de la red hospitalaria y ambulatoria del país, la pérdida de los planes y políticas de prevención y control de enfermedades, son la consecuencia de ver los derechos consagrados en la Constitución como meros mecanismos propagandísticos, de allí que las misiones sociales focalizadas a temas de salud sean más importantes que la dotación de hospitales, o la contratación de médicos en ambulatorios o la concertación de planes de fumigación con los niveles de gobierno regional o municipal que permitan la prevención de brotes epidémicos como los vistos en las últimas semanas.
De modo que quienes detentan el poder en Venezuela entienden que la salud no es una política de Estado, de allí que la denuncia de la Federación Médica de Aragua sea vista como un acto de terrorismo y no como una voz de alerta por parte del gremio médico ante una situación excepcional. Así, las enfermedades son una amenaza para el gobierno no por las consecuencias sobre la vida y bienestar personal de sus ciudadanos, o sobre la productividad del país; sino porque deja en evidencia la poca importancia que tiene el tema sanitario para quienes dirigen al país.
Así las cosas, mientras el país se hace menos democrático, menor es la importa que tiene el bienestar de la población. El gobierno depende cada vez menos de sus ciudadanos, política y económicamente, dando prioridad a corporaciones como los militares y grupos empresariales leales al gobierno, quienes sostienen la nueva clase política que en contextos democráticos tendría los días contados en el poder.