lunes, 31 de marzo de 2014

LA SUBVERSIÓN ANTI-DEMOCRÁTICA DEL SIGLO XXI.


La subversión antidemocrática del siglo XXl

Fernando Mires

Domingo, 30 de marzo de 2014

No, no se trata de una analogía. No en todo caso de una que tome elementos sueltos y construya similitudes ignorando diferencias entre dos o más fenómenos paralelos. Es algo distinto. Se trata de constatar como en lugares diferentes del planeta está teniendo lugar una subversión en contra del difícil avance de la democracia.

La subversión antidemocrática del siglo XXl





   Foto: Google
No estamos hablando de un hecho nuevo. En cierto modo siempre ha sido así desde que en los EEUU primero, en Francia después, estallaron las “revoluciones madres” que dieron origen al occidente político de nuestro tiempo. A partir de ese momento las contrarevoluciones antidemocráticas no han cesado, una tras otra, de suceder. Pero hasta ahora, pese a terribles derrotas parciales, los principios políticos declarados en los EEUU (1776) y renacidos en las calles de París (1789), han terminado por sentar su hegemonía en el mundo.
Desde una perspectiva macro-histórica, la Santa Alianza contraída por Austria, Rusia y Prusia (1815) pretendió erigirse como el primer dique de contención en contra del proyecto democrático nacido en dos continentes. Pero fueron las dos grandes contrarevoluciones antidemocráticas del siglo XX, la nazi y la estalinista, las que estuvieron a punto de cerrar definitivamente el ciclo democrático en Europa. Mas, pese a millones y millones de muertos, no lo lograron.
El nazismo fue aplastado por una alianza militar inter-continental. El estalinismo comenzó a desmoronarse en la década de los sesenta gracias al “deshielo” de NikitaKruchev. Las rebeliones democráticas habidas en Polonia, Hungría y la RDA durante la década de los cincuenta, y en Checoeslovaquia en 1968, antecedieron a la segunda ola revolucionaria que culminó con la caída del Muro de Berlín (1990). Gorbachov hubo de extender el acta de defunción del comunismo mundial. China se transformó en la segunda potencia capitalista. Las reformas del húngaro Kadar, las sublevaciones de Solidarnosc y Valesa en Polonia, Carta 77 y Havel en Checoeslovaquia, y otras similares, parecieron consagrar a la democracia en Europa Central y del Este.
En América Latina a su vez, coincidiendo (de modo no casual) con el derribamiento de las tiranías comunistas europeas, tuvo lugar el declive de las dictaduras militares de Seguridad Nacional (primero en Brasil, después en Uruguay, Chile y Argentina). Hacia fines del siglo XX con excepción de Cuba –al igual que Corea del Norte, una reliquia de la Guerra Fría– ya no había más dictaduras latinoamericanas. El continente de los militares golpistas parecía seguir -y no por primera vez- el ejemplo europeo. No pocos pensaron que estábamos llegando al “fin de la historia”. Evidentemente, no fue así. Aún falta largo trecho por recorrer.
Los primeros decenios del siglo XXl amanecieron marcados con el signo de la contrarrevolución antidemocrática. En algunos países de Europa del Este, particularmente en Hungría y Rumania, fuerzas retrógradas se han hecho del poder. La mayoría de las repúblicas que constituían la antigua URSS han caído bajo la férula de feroces autocracias, y Putin no oculta su proyecto de restaurar el antiguo imperio sobre la base de la Federación Euroasiática formada inicialmente por Rusia, Bielorrusia y Kasajastán. Georgia ya fue anexada a sangre y fuego (2008) y Crimea es solo el comienzo de un proyecto de apropiación territorial de Ucrania por parte de la Rusia de Putin.
La Rusia pro-europea de Gorbachov y Jelzin ha llegado a su fin. La Rusia de Putin es una nación que práctica –lo dijo muy bien Ángela Merkel- una política imperial del siglo XlX. Le faltó agregar: “pero con las armas del siglo XXl”.
No es casualidad que los aliados extra-continentales más fieles a Putin sean dos gobiernos profundamente antidemocráticos: el del carnicero Asad de Siria y el del binomio pro-dictatorial Cabello/ Maduro en Venezuela.
El sistema político venezolano fundado por Chávez se parece como una gota de agua a otra, al fundado por Putin. En ambos el Estado ha sido secuestrado por el gobierno; los poderes públicos han sido sometidos al ejecutivo; los poderes fácticos, particularmente los militares, dominan por sobre los constitucionales; los grupos para-militares hacen el trabajo sucio de la policía oficial; los sistemas de represión, delación y espionaje han sido perfeccionados: en Rusia, gracias al andamiaje totalitario en el cual se formó el mismo Putin y en Venezuela, gracias a los servicios de “inteligencia” que proporciona Cuba. Y no por último, en las elecciones, los opositores han debido enfrentar no a candidatos opuestos, sino a todo el aparato electoral del Estado.
Del mismo modo, la similitud en la política exterior que practican ambos gobiernos es notable. No hay tirano en la tierra que no sea amigo de ambos. A la vez, mientras Rusia es el centro de un conjunto de satélites subsidiados desde Moscú, Venezuela es el centro de una alianza conformada por los países del ALBA. Mientras Putin usa el gas como arma estratégica para neutralizar a las naciones de Europa, Cabello/Maduro usa el petróleo en América Latina.
Por cierto, hay algunas diferencias. La principal radica en que mientras Putin enfrenta a un conglomerado de naciones en las cuales la democracia ha echado raíces profundas, el binomio Cabello/Maduro recibe el apoyo de naciones en las cuales el ideal democrático es todavía muy superficial. Pero a la inversa, mientras Putin ha logrado por el momento aplastar a la oposición democrática interna, el binomio Cabello/Maduro, sin el encanto populista del comandante finito, solo tiene dos alternativas: O dialoga de igual a igual con una oposición cada vez más creciente, o elige la vía ultrarepresiva de las antiguas dictaduras militares.
En cierto modo, Diosdado Cabello, co-gobernante fáctico de Venezuela, ya eligió la segunda alternativa

domingo, 30 de marzo de 2014

EL DILEMA DE LA PROTESTA POPULAR: ¿LEALTAD O POBREZA?

El dilema de la protesta popular: ¿Lealtad o pobreza?

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Por: Héctor Briceño / Jueves, 27 de marzo de 2014
“Somos chavistas, hemos votado por Chávez y por el proceso en todas las elecciones, pero esto es inaguantable. Protestamos porque desde hace seis meses no nos pagan… No queremos que venga el ministro, queremos hablar con el Presidente”. La imagen es común en la Venezuela actual. Puede ser una comunidad o un grupo de trabajadores trancando una avenida o calle, protestando frente a una alcaldía, gobernación o frente a las oficinas de cualquier ministerio o empresa del Estado.
El patrón es siempre el mismo: primero, identificarse claramente como “afectos al proceso”. Después y sólo después, presentar las demandas o denuncias. Finalmente, solicitar la presencia, ya no a tal o cual funcionario, mucho menos viceministros o ministros, sino directamente al Presidente de la República.
En esos escenarios escuchamos las denuncias más inverosímiles e inimaginables [1], así como las críticas más agudas al actual régimen. Pero lo que no nos deja de asombrar es su común denominador: la fidelidad profesada al régimen luego de tan controversiales señalamientos.
¿Por qué las protestas de muchos sectores populares no se transforman en protestas contra el gobierno?, ¿por qué, a pesar de tener tanto en común con las protestas de los estudiantes, no logra concretarse una cadena de “equivalencias” entre unas y otras?, ¿por qué las protestas que se inician en distintos sectores no terminan de unirse en un gran estallido de unidad nacional?. En resumen, ¿por qué no se ha logrado capitalizar políticamente el descontento social que une a toda la sociedad?
La protesta en la Venezuela de hoy se define por sus lazos políticos. Esto queda completamente evidenciado en las palabras del Ministro Rodríguez cuando afirma: “no es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos”. Sus palabras muestran una cara del régimen que conocen muy bien los sectores populares: el gobierno sólo reconoce como legítimas las demandas sociales de sectores que le juran total lealtad, y a la inversa, el costo de no identificarse ideológicamente con el gobierno significa menosprecio y desconocimiento de sus problemáticas.
Esta es la razón por la cual los sectores populares antes de manifestar sus necesidades deben identificarse con el gobierno, pues saben bien que de no ser así, sus demandas, por más básicas, esenciales y evidentes que sean, no serán reconocidas, ni mucho menos solventadas. En este sentido, según la afirmación del Ministro, la demanda de superación de la pobreza sólo será reconocida si ésta es acompañada de fidelidad ideológica, de lo contrario la pobreza es el castigo merecido.
Es también ésta la razón por la que a la oposición le cuesta penetrar en los sectores sociales necesitados e insatisfechos y vincularse a sus demandas: identificarse con la oposición significa para los sectores populares prácticamente una autocondena a vivir en la miseria, a padecer maltrato y exclusión.
Hasta tanto la oposición no desmonte este perverso mecanismo de deslegitimación y de desconocimiento de los derechos del mundo no chavista que significa la elección entre “lealtad o pobreza”, las probabilidades de capitalización política del descontento popular y de construcción de ese gran movimiento de Unidad Nacional, seguirán siendo pocas.
Cómo romper ese dique de contención construido por el chavismo (como mecanismo de defensa) es la gran prioridad política de los estudiantes, líderes y partidos políticos, pero también de la sociedad venezolana en su conjunto

BALANCE Y VALORACIÓN DE LA PROTESTA EN VENEZUELA.

El Faro: Balance y valoración de la protesta

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Conferencia dictada en la UCAB 17-03-2014

Diapositiva1Por: Benigno Alarcón / Jueves, 27 de marzo de 2014
El pasado lunes 17 de marzo, la UCAB organizó una conferencia para toda la comunidad universitaria con el fin de presentar un balance y valoración de la protesta que hemos tenido en el país. Para esto se conformó un panel integrado por Luis Vicente León, Luis Pedro España, Jesús Torrealba, Mercedes Morales, Francisco Parra (en representación del Movimiento Estudiantil), y mi persona. He querido utilizar la edición del mi columna para compartir con todos Ustedes las reflexiones que presenté ese día ante una audiencia que rebasó la capacidad del Auditorio del Aula Magna de la UCAB, en donde nos encontramos autoridades, profesores, estudiantes y personal de nuestra alma mater.
Expresaba en esa oportunidad las dificultades que implica hacer un balance de la protesta, en medio del calor de una coyuntura como la que vivimos, no desde el último mes, como algunos creen, sino desde hace mucho más tiempo, aunque de manera más evidente y dramática desde la marcha de los jóvenes a la Fiscalía General de la República el pasado 12 de febrero con ocasión del Día de la Juventud y que terminó con el lamentable saldo de dos personas fallecidas, lo que dio inicio a una escalada de conflicto y represión que ha venido cobrando cada día nuevas vidas, además de centenares de otras personas que han sido víctimas de la violencia en sus más variadas y detestables expresiones.
Lo que vivimos hoy, así como lo que nos tocará vivir mañana, no debería ser sorpresa para nadie si consideramos que venimos asistiendo desde hace años a un escenario de conflictividad política y social creciente, en donde la violencia contra los individuos se manifiesta día a día en una tasa de homicidios que nos coloca entre los primeros lugares del mundo en los diferentes índices que se encargan de hacer estas odiosas comparaciones entre ciudades, al tiempo que también compartimos el honor, o mejor dicho la deshonra, de ser los líderes de la impunidad, lo que facilita a su vez que año tras año, mantengamos nuestro récord en homicidios, pero también en asaltos, secuestros, hurtos, violaciones y cualquier otra forma de violencia posible.
A esta ecuación, sumemos otras expresiones de la violencia, como la institucional, que se encuentra también en las más variadas formas, como por ejemplo la de la persona que trata de reclamar sus derechos ante un tribunal y descubre que la justicia no es universal, sino solo para quien pueda pagarla, por lo que la ¨justicia¨ que está al alcance de la mayoría se expresa en sus formas más primitivas, incluidas las retributivas como la Ley del Talión, mejor conocida como ¨el ojo por ojo y diente por diente¨, que aquí ha sido re-bautizado como el ajuste de cuentas. Justificaciones, no menos importantes por venir de quien vienen, y que buscaban justificar la violencia ejercida por quien, ante la excusa de la necesidad, sale con un arma a quitar a otro lo que él necesita. Son también expresiones de violencia la coerción contra los ciudadanos para que ejerzan su derecho a elegir de una manera determinada, bajo la amenaza de que sabemos cómo votas, así como lo es también el que después de trabajar día tras día no pueda adquirir los bienes básicos que se necesitan, incluyendo muchas veces aquellos de los que puede depender la vida misma de personas con determinadas condiciones o padecimientos. También es violencia la destrucción del futuro de los jóvenes para quienes el mañana dejó de ser una promesa a la que se avanza lleno de sueños e ilusiones, para convertirse en una amenaza que se encara con valentía pero con muy bajas probabilidades de éxito, o se construye en otro país distinto al nuestro, del cual nos vemos obligados a partir dejando atrás raíces, afectos y el potencial de alguien que habría preferido contribuir con su trabajo y esfuerzo diario a construir su propia patria.
Estas y otras formas de violencia han venido alimentando una protesta que no se inició el pasado 12 de febrero, sino que se viene incubando desde hace mucho en expresiones más aisladas y modestas, pero presentes en el día a día de los últimos años, con frecuencias crecientes que se cuentan en decenas diariamente y centenares cada mes. Y es que según nos dicen todas las mediciones a las que hemos tenido acceso, la disposición de la gente a protestar y a apoyar la protesta, siempre y cuando no sea violenta (lo que incluye las barricadas y las guarimbas que terminan siendo formas de violencia contra nosotros mismos) viene creciendo de manera acelerada durante los últimos meses, situándose incluso a niveles superiores a los que ha habido en años en los que la magnitud de nuestras manifestaciones eran la noticia dentro y fuera de Venezuela.
La protesta que hemos visto durante las últimas semanas y que creo seguiremos viendo en el futuro, con algunos recesos temporales y cambios en sus formas, ritmo e intensidad, no es simplemente, como algunos piensan, la respuesta al llamado de unos pocos líderes políticos y estudiantiles, ya quisieran ellos tener semejante poder de convocatoria. Es la canalización, en una sola vertiente, de los afluentes originados en una diversidad de demandas políticas y sociales que vienen presionando y buscando respuestas que siguen sin obtenerse desde hace ya mucho, pero que se manifiestan cada día con mayor urgencia y fuerza, y que podrían incluso escalar aún más en la medida que el conflicto social y político vayan confluyendo y solapándose en formas de protesta que podrían ser no solo más masivas, sino más diversas y representativas de los diferentes sectores de nuestra sociedad.
Lo que sí es innegable es la contribución que los estudiantes han hecho hoy, como también lo hicieron en el pasado quienes conformaron la generación del 28 y, no sé si sería correcto llamarla así, la del 2007, al re-direccionamiento, catalización y sinergización de estas protestas, producto de su altísima legitimidad como representantes de una generación con las manos limpias de toda responsabilidad por los pecados del pasado, pero con la carga pesadísima de un futuro copado de pasivos sobre sus hombros.
Pero en esta escalada del conflicto no podemos olvidar la enorme contribución que desde el mismo gobierno se hace cada día, cuando se viola de forma permanente no solo todo los elementos necesarios para la re-construcción de la gobernabilidad democrática, sino las normas más elementales del sentido común. Es así como en una extraña combinación de diálogo con el mazo dando, se trata de arrear a la gente hacia el corral del re-establecimiento del orden público, tal como se hace con el ganado, o sea con el garrote y la zanahoria, y se coloca al ¨hombre fuerte¨ del garrote para que, con el mazo dando, alcancemos la verdad y la paz que el país tanto anhela.
Esta lógica, que pareciera resultar anti-natura si se le ve desde una óptica ingenuamente democrática, comienza a tener algo más de sentido si aceptamos que ni la óptica ni la lógica son democráticas sino autoritarias, y los autoritarismos a partir de la caída del muro de Berlín se mantienen en el poder por el balance de una combinación de legitimación electoral, concentración de poder y ejercicio de la represión.
La muerte de Chávez hace un año y unos días, seguida por unos resultados electorales que muestran al gobierno que el escenario de la derrota electoral es una posibilidad real, colocan a quienes comparten el poder ante un dilema, que a quienes nos interesa la teoría de juegos llamamos de prisionero, en el que se tiene que escoger entre los riesgos de cooperar y arriesgar el poder o la alternativa de no cooperar y mantenerlo por la fuerza, si fuese necesario.
En este dilema, la estrategia dominante, al menos para el gobierno mientras tenga la capacidad de controlar la situación mediante el uso de la represión, está en no cooperar, con lo cual nos encontramos en un escenario tremendamente peligroso en donde entre cooperar y perder el poder o confrontar y mantenerlo, aún con costos elevados en vidas y otros daños al país, la confrontación sigue siendo para el gobierno la alternativa preferida. Llama la atención, y aquí cabe preguntarse cuánto responde a cálculo y cuánto a torpeza, que la represión se ejerza más allá de lo estrictamente necesario para mantener el control político, lo que ha originado para el gobierno, y en especial para Maduro, altísimos costos políticos dentro y fuera de Venezuela. Si no es torpeza, lo que no es del todo descartable si las decisiones políticas se toman como las económicas, entonces cabe preguntarse ¿quién juega con el cálculo político de los costos de represión, y con qué intención?
En esta situación de confrontación inevitable, ¿cuáles pueden ser los escenarios de desenlace?. El primero, el del cierre político y una mayor autocratización del gobierno, el cual se produciría en el caso de que la protesta termine por ser controlada y la oposición sometida, lo cual es altamente probable si se considera que dentro de la misma oposición hay quienes apuestan por la normalización del escenario sin considerar las consecuencias de una normalización incondicional.
Un segundo escenario posible es el de la normalización condicionada, lo que implica una salida negociada real, más allá de un dialogo vacío utilizado para ganar tiempo y complacer a una mayoría del país que clama por un entendimiento que se traduzca en soluciones. Esta negociación, que es la que una buena parte de la oposición reclama como el diálogo necesario, implica al menos una nivelación del terreno de juego político, que si bien podría no significar una salida inmediata, garantizaría el respeto hacia los derechos de todos, mayoría o minoría, así como las condiciones para que las salidas contempladas en la Constitución tengan viabilidad real y para que una transición del poder pueda darse por la vía democrática.
Un tercer escenario, mucho menos probable, es el de la ruptura, lo que implica el desplazamiento de quienes están en el poder de manera abrupta, lo cual luce poco probable en cualquier país en el que el gobierno mantenga niveles de apoyo superiores al 30%, al menos que lo que se produzcan sea un relevo entre actores en el poder, lo cual responde a dinámicas internas sobre las cuales la oposición no tiene ningún control más allá de la generación de las condiciones que podrían impulsar tal relevo y que no son muy distintas a las mismas que impulsarían una negociación de condiciones entre gobierno y oposición.
Pero cuál es la responsabilidad de instituciones como la nuestra en un escenario de esta naturaleza? En mi opinión, no corresponde a esta ni a ninguna otra universidad como institución asumir posiciones a favor o en contra de ninguna corriente política. Nos corresponde no solo respetar, sino hacer respetar la diversidad de opiniones. Nuestra lucha desde esta cantera no puede ser para defender una ideología o posición, pero si para que quienes tengan una ideología o posición tengan el derecho a expresarla y defenderla democráticamente. Es nuestra responsabilidad defender los principios para que la democracia pueda ser ejercida plenamente, para que las opiniones puedan expresarse y para que cada persona pueda informarse, sacar sus propias conclusiones, apoyar las ideas en las que cree y elegir libremente.
En mi paso por esta universidad, y en especial desde el trabajo que hoy realizó en el Centro de Estudios Políticos, he conocido a muchas personas con formas distintas de ver y de interpretar la realidad, entre ellas muchos dirigentes de lo que llamamos “del chavismo”, y debo confesar que en muchos de ellos he encontrado personas que creen en lo que predican y lo que hacen, personas honestas consigo mismas y con los demás, e independientemente de que pueda no estar de acuerdo con ellos, se han ganado mi respeto, y a veces hasta mi envidia de que personas con tal nivel de compromiso no estén del mismo lado de las ideas que yo defiendo.
La gente que piensa distinto a nosotros no va a desaparecer, siempre estará allí, y es eso justamente lo que da su mayor sentido y belleza a la democracia. El problema no está en que se piense distinto, el problema está en lo que hacemos con lo que pensamos cuando estamos en el poder y si lo usamos para imponer a otros los paradigmas propios pretendiendo obligarlos a vivir bajo esquemas que no comparten y expropiándoles su sagrado derecho a elegir, a tomar sus propias decisiones, a vivir la vida que quieren vivir, e incluso su derecho a ser dueños de sus propias equivocaciones.
La democracia fue creada como un mecanismo de resolución de conflictos políticos, y es el deber de nuestra universidad, y de cada universidad e institución con algún rol en la lucha por un mundo mejor, hacer que el valor trascendental de la democracia se imponga sobre los intereses de quien ocupe coyunturalmente el poder.
En un escenario como el descrito, el cambio de condiciones solo se da, bien porque la parte que demanda el cambió logra imponerse sobre la otra, o bien por un acuerdo, lo que implica que ambas partes están conscientes de que pueden obtener más en la mesa de negociación que fuera de ella. La protesta, entre sus muchas consecuencias negativas, tiene una positiva que es la de colocar a la oposición en una mejor posición para negociar, pero para que esa negociación pueda llegar a algún lado ambas partes deben comprender de manera realista los intereses y las alternativas propias y ajenas, a partir de allí lograr avances reales. He ahí la principal responsabilidad de quienes pretendan ganarse el derecho de ser llamados líderes.
Cuando hablamos de avances reales, son muchas las condiciones que esa negociación exige, que no es posible tratar aquí, pero que van desde quien convoca hasta qué se negocia y cómo se garantiza el cumplimiento de los compromisos. Pero lo que sí me permitiría adelantar es que sería inaceptable que la negociación gire en torno a temas que no van más allá del punto cero del conflicto. En otras palabras, ningún intento de diálogo puede conformarse con concesiones sobre las consecuencias derivadas de la protesta, tal como la liberación de quienes protestan o una comisión de la verdad para determinar las responsabilidades sobre los abusos de la represión a las protestas. Estos temas son solo la consecuencia lógica e irrenunciable de cualquier negociación que se origine en el reconocimiento de las partes, lo que no se ha dado, mientras que la negociación propiamente debe centrarse en los temas que dieron origen a la protesta, tal como son los relacionados con el fortalecimiento e independencia de las instituciones, la seguridad, la impunidad, la escasez, el alto costo de la vida, el modelo de desarrollo económico, las garantías a los derechos civiles y políticos, entre otros.
Para cerrar, quiero hacer una reflexión final. Vi con admiración la lucha dada por los jóvenes durante muchos años, hoy vuelvo a ver con admiración la lucha que los jóvenes vuelven a emprender, me siento gratificado en ella cada vez que compruebo que los valores que como profesores hemos venido inculcando en ellos están no solo presentes en sus pancartas, en sus discursos y mensajes, sino que muchos están dispuestos a entregar su vida por ellos. Esta lucha que los estudiantes junto a otros sectores vienen dando es por un país que se imaginan, pero que nunca han visto y mucho menos han vivido. Y entonces me pregunto ¿dónde estamos nosotros en esta lucha? ¿dónde estamos quienes les inculcamos los principios y los sueños por los que hoy ellos se arriesgan?, ¿dónde estamos los profesores?. Sé que muchos profesores estarán pensando que no es verdad, porque han estado allí, de hecho yo también he estado en varias, no en todas, pero si en varias de sus muchas iniciativas, pero siempre creo que no es suficiente, siempre siento que hay algo más que deberíamos, como ciudadanos venezolanos, estar haciendo. A fin de cuentas, este país por el que ellos hoy luchan, es la herencia que nosotros, para bien o para mal, les estamos dejando. Los Estudiantes se han pronunciado, los rectores también lo han hecho. Creo sinceramente que es tiempo de que nosotros, los profesores, los que compartimos las aulas con ellos y los preñamos, desde nuestras palabras, con los sueños de la utopía, hagamos algo más que decirles cómo construir la realidad que ellos sueñan. Es tiempo de que nos involucremos desde la acción, que es el mejor ejemplo, y nos pongamos a su lado con nuestra experiencia, con las luces que decimos tener, para que encontremos juntos el camino hacia el país que decimos merecer, ese país en donde cabemos todos desde el respeto por el otro que nos impone la democracia, y que hace ya mucho tiempo perdimos.

LA PAZ DE LOS VIOLENTOS.


sábado, 29 de marzo de 2014

TULIO HERNÁNDEZ, LA PAZ DE LOS VIOLENTOS

Nada tan amenazante como la palabra paz cuando es pronunciada desde el seno de poderes autoritarios. Cuando nace colgada, como etiqueta, del cañón de los fusiles. Y cuando, por tanto, no es bálsamo amable para la convivencia sino contención tramposa de la protesta social.

La dictadura de Juan Vicente Gómez pregonaba: “Unión, paz y trabajo”. Los jóvenes de la Generación del 28 respondían irónicamente: “Unión en las cárceles, paz en los cementerios, trabajo en las carreteras”. Orwell, el gran escritor británico, comprendió a tiempo la relación enfermiza entre poder totalitario y prédica de paz. Para ilústralo dibujó, en 1984, una de sus lúcidas ficciones, un gobierno sofisticadamente omnipotente que contaba entre otros con el Ministerio del Amor, que se ocupaba de la tortura y de reeducar a los miembros del partido y el Ministerio de la Paz, que se ocupaba de la guerra.

Por eso no hay que extrañarse de que ahora, en el momento justo cuando la cúpula que mal gobierna el país se ha quitados los restos de máscara democrática, optando por la represión de masas y la persecución policial a la disidencia política, el núcleo del discurso oficial sea el de la paz, el diálogo y el ¡amor!

Una élite política que hizo su entrada en la escena pública metralleta en mano, escupiendo fuego, sembrando de muerte las calles de Caracas; cuyo líder único ofreció en su primera campaña freír en aceite hirviente la cabeza de sus adversarios; que estímulo la creación de grupos de civiles dedicados a golpear opositores e incendiar sedes de medios y oficinas de partidos democráticos; que hizo de un gesto –la mano derecha, ellos, asestando un puñetazo en la palma de la otra, los opositores– el leitmotiv de otra campaña; que redobló tambores de guerra en la frontera con Colombia y uso los lemas “Patria, socialismo o muerte” y “Rodilla en tierra” como consigna obligatoria entre militares y seguidores del PSUV; y que por estos días ha hecho una de las más grandes, crueles, implacables e inconstitucionales operaciones de represión sangrienta a escala nacional que recuerden los venezolanos; un grupo humano con semejante prontuario es el que viene ahora a convocar a la paz, el diálogo y ¡el amor!

“Tarde piaste pajarito”, hubiese dicho el presidente Luis Herrera. Llegas a mi casa, pateas a mi familia, destrozas la vivienda, me encarcelas sin debido proceso, ofendes la memoria de mis ancestros, persigues y mandas a la clandestinidad a mis iguales, asesinas mis a copartidarios y después de darme dos bofetadas y escupirme en el rostro me dices con la sonrisa de quien jamás ha emitido una ofensa ni un agravio: “Hermano, yo lo que quiero es paz”.

Luego, como me niego a aplaudirte en el acto con presídium que presides, miras a cámara y dices: “Se dan cuenta, esta gente fascista no quiere paz”. Entonces porque pido la palabra, por el derecho que me asiste de ser escuchado, te irritas y, siguiendo aquel verso de Cadenas vociferas: “Recuérdenlo escuálidos mariconsones y escuálidas prostitutas jineteras: Cuando dialogo no quiero que nadie me interrumpa”.

El presidente muerto, en sus tropelías, corría la raya amarilla, pero jamás la cruzaba sin regreso. Sus herederos, menos diestros, la cruzaron sin más. Partidos perseguidos; dirigentes encarcelados; autoridades elegidas despojadas ilegalmente de sus cargos; una treintena de muertos; grupos paramilitares sembrando el terror; centenares de presos políticos en cárceles comunes; hogares allanados; jóvenes torturados, robados y ultrajados por agentes del orden; pueblos y barrios asfixiados militarmente por tropas de guerra, inauguran un nuevo país.

No hay paz ni en los cementerios, donde los entierros se vuelven actos de protesta. Diálogo, ni siquiera entre los guardias nacionales poniéndose de acuerdo para elegir quién golpea primero al detenido o quién se queda con el celular. Tal vez si haya amor entre Nicolás y el pajarito en el que viaja el ectoplasma de Hugo Chávez. El poder está desnudo. La inocencia, un espejismo que aumenta la lista de escasez

Tulio Hernández