viernes, 2 de febrero de 2024

EL ESPANTO DE LAS TRES TOPIAS.

 





EL ESPANTO DE LAS TRES TOPIAS.

Tenía 23 años, todos lo conocían como un hombre bisbirindo, amante de los jolgorios, por eso se sorprendieron cuando su cuerpo cubierto de ceniza humeante y chicharroneado fue encontrado a la orilla de la carretera que conduce del caserío las Tres Topias a Él Palaciero, quienes lo vieron por ultima vez en la cantina de mala muerte que llaman la La Buena Vida  dicen que se encontraba muy bien, borracho pero alegre, y contando  los últimos chismes que oyó en el club de Los Machos de El Palaciero donde los cuentos de José Antonio Alvarado son interminables,  dicen que se divertía oyendo los vallenatos guajiros de Diomedes Diaz, que solo se había tragado una botella de ron pampero y que lo vieron alejarse esta vez cantando el pasajito llorón de jorge Guerrero que mientan Las Tardes Grises de Junio, a esa hora, como a las cuatro de la madrugada  cuando el aire mojado por las cabañuelas de mayo atravesaban aquellos caminos casi intransitables donde nadie se atrevía a caminar por esos senderos oscuros en la noche mas oscura donde la ausencia de la luna perturbaba la vista y sacudía de escalofrio cualquier cuerpo humano y sólo se oía el ronquido del viento cuando se resbalaba por las largas hojas de las verdes cañas que cubrían el lado derecho del camino en el sitio conocido como La Galería.

Pero a él estaba acostumbrado a eso y más y nunca le pasó por su alborotado cerebro inoculado de alcohol que esa noche , esa noche oscura, era la noche que sin querer iba a involucrarse y sentir la vida en el más allá.

No había pasado de caminar y llegar a la primera curva que queda después de la escuelita del taciturno caserío de La Aguada cuando sintió que su epidermis se enfríaba y se calentaba a intervalos de segundos, era como como una secuencia de rayos  desconocidos que le zarandeaban su cuerpo sin ninguna posibilidad de controlarlo, giró su cuello a la izquierda cuando reconoció la casa de su compadre Andrés, esa que queda exactamente detrás de la destartalada cancha deportiva donde nadie hace deporte y sólo sirve para secar los montones de caraotas que cosecha Andrés.,  trató de gritar con todas sus fuerzas de veinteañero pero era tarde , la perversa energía que le hizo pasar la borrachera lo atrapó insofacto, no giró ni por curiosidad, el miedo se expresó en la incontinencia de su vejiga, el tibio correr por sus piernas del miedo hecho orine solo le daba posibilidad de creer que daba pasos agigantados en una frustrada huida, pero realmente estaba completamente paralizado, fue así cuando creyó morir en manos de aquel espanto nacido en Guanarito, a quien llaman El Silbón,  aquel que perseguía a borrachos y jembreros , antes de morir bajos los latigazos de su maléfico garrote ya se sentía zurumbatico y pensaba que inexorablemente  iba directo al averno, él prefirió alcanzar su prendedor de cigarrillos y prender fuego en su cuerpo alcoholizado y aterrorizado pues sentía que lo perseguía el espanto más espantoso que vivían eternamente por aquellas sábanas, era su olor de inmundicia lo que más pánico le aportaba, nunca en su corta pero tremendista vida de hombre macho se había encontrado en una situación tan inexplicablemente mortal, pero su mujer no pudo lograr detener su deflagración cuando trató de apagar las llamas, solo cueros fritos con olor a aceite rancio hablaban de su dolor. Ella sintiéndose culpable de su muerte juró ante la cruz de los misioneros capuchinos de La Montaña que   jamás volvería a tocar por la espalda a un hombre casado en medio de la noche más oscura de todas las noches mayeras.


( 01/02/24).