miércoles, 13 de enero de 2016

¿Qué es el Poder Comunal y qué puede hacer el Parlamento Comunal Nacional?

¿Qué es el Poder Comunal y qué puede hacer el Parlamento Comunal Nacional?; por José I. Hernández

Por José Ignacio Hernández G. | 16 de diciembre, 2015
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¿Qué puede hacer el Parlamento Comunal Nacional; por José Ignacio Hernández
El 5 de enero de 2011, durante la instalación de la Asamblea Nacional que fue electa el año anterior, el diputado Soto Rojas, designado Presidente de esa Asamblea, terminó su juramentoseñalando que “trabajaré sin descanso para que esta Asamblea Nacional se transforme en asamblea popular“. Es decir: en una Asamblea del llamado “Poder Popular”.
Casi cinco años después, el 15 de diciembre de 2015, el diputado Cabello, Presidente de esa Asamblea Nacional, declaró instalado el “Parlamento Comunal Nacional”. Para el Presidente de la Asamblea Nacional “no hay otra forma de organización más pura que las comunas”.
¿Pero qué puede hacer el Parlamento Comunal Nacional?
En realidad, el Parlamento Comunal Nacional no es una figura creada en la Ley y por ello no puede adoptar ninguna decisión jurídicamente relevante. Sin embargo, conviene prestar mucha atención a esta figura.

Entendiendo el Estado Comunal

Para poder explicar el significado de ese Parlamento Comunal Nacional, es necesario analizar el Estado Comunal, que está organizado en las llamadas “Leyes del Poder Popular”.
El Poder Popular es el ejercicio directo de la soberanía por las comunidades organizadas. Sin embargo, de acuerdo con la Ley Orgánica del Poder Popular, sólo se reconoce como comunidad a aquella organizada por el Gobierno Nacional, cuyo único propósito es la promoción del socialismo.
La organización básica del Poder Popular es el consejo comunal, cuyo ámbito de actuación es la comunidad. Para espacios geográficos más amplios se organiza la comuna.
La comuna es, así, una expresión del Poder Popular que repite la organización del Estado. Entonces, así como en el Estado hay una Asamblea Nacional, en la comuna hay un parlamento. De acuerdo con la Ley Orgánica de las Comunas, el parlamento comunal es la “máxima instancia del autogobierno en la comuna” y sus decisiones se expresan “mediante la aprobación de normativas para la regulación de la vida social y comunitaria“.
Ese Estado Comunal, como Estado paralelo, viola la Constitución por muchas razones, de las cuales sólo expondré una: el Estado Comunal es la negación del derecho a la libre participación ciudadana. Pues en el Estado Comunal el ciudadano sólo puede participar a través de instancias organizadas por el Gobierno nacional para cumplir con el socialismo.

El Estado Comunal, el pueblo y el voto

En el elaborado y manipulado lenguaje del Estado Comunal hay una clara contradicción entre el Poder Popular y el voto.
Así, para el Estado Comunal el pueblo se expresa a través del Poder Popular, como ejercicio directo de la soberanía. Por el contrario, el voto como instrumento de la democracia representativa es considerado una figura propia del “Estado Burgués” que debe ser demolido, como recientemente fue recordado.
Por ello, en el Estado Comunal no hay voto ni representantes, sino “voceros”. Así se organizan los consejos comunales, las comunas y el parlamento comunal.

¿Existe el Parlamento Comunal Nacional?

El Parlamento Comunal Nacional “instalado” por el Presidente de la Asamblea Nacional no existe en Ley alguna. Lo que existe es, como vimos, el parlamento comunal que actúa en cada comuna.
Sin embargo, la idea no es nueva. Asumiendo que el “verdadero poder” reside en el Poder Popular —y no en los representantes electos mediante el voto— la existencia del Parlamento Comunal Nacional puede entenderse, simplemente, como una figura paralela a la Asamblea Nacional.
De esa manera, ese Parlamento estaría conformado por los voceros de las comunas, en una estructura piramidal muy parecida a la que rigió a los soviets en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. También, un modelo similar al que rige en Corea del Norte, como expliqué en Prodavinci.
Así que podemos esperar que la intención de la saliente Asamblea Nacional sea organizar este Parlamento Comunal Nacional como expresión agregada de las comunas, aun cuando no exista una Ley que lo organice. Por supuesto, tampoco sería de extrañar que, en los últimos días de su mandato, la Asamblea Nacional dicte la Ley que organice a ese Parlamento Comunal.

¿Y qué puede hacer el Parlamento Comunal Nacional?

El Parlamento Comunal Nacional no puede adoptar ninguna decisión jurídicamente relevante, sencillamente, por cuanto no es una figura con existencia legal.
Sin embargo, la intención podría ser convertir a ese Parlamento en la “legítima asamblea” que reúna a la soberanía nacional, en contraposición a la Asamblea Nacional, que es producto de una democracia representativa considerada contraria a los objetivos del Estado Comunal.
Con una clara manipulación del lenguaje, entonces, el pueblo no actuaría por medio de la Asamblea Nacional sino a través del Parlamento Comunal Nacional, el cual podría ejercer —en el marco de la posible Ley que sea dictada— competencias propias de la Asamblea Nacional.
Todo ello sería una directa violación a la Constitución —que reconoce el valor del sufragio como expresión de la soberanía popular— y además, sería un claro desconocimiento al resultado de las elecciones del 6 de diciembre.
La manipulación del lenguaje pretende hacer ver, así, que el pueblo actúa a través del Parlamento Comunal Nacional, cuando lo cierto es que la expresión legítima del pueblo ya se manifestó el 6 de diciembre con la elección de la Asamblea Nacional.
En pocas palabras: el intento de crear el Parlamento Comunal Nacional sería una forma de desconocer el resultado de la soberanía popular expresada el 6 de diciembre

El Gatopardismo en la política venezolana o la resurrección de la IV República

El Gatopardismo en la política venezolana o la resurrección de la IV República

El cambio que nos promete la MUD es el típico Gatopardo, cambiarlo todo, para que las cosas empeoren.
El cambio que nos promete la MUD es el típico Gatopardo, cambiarlo todo, para que las cosas empeoren.

 
“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie” (Con motivo de los pasados resultados electorales)

Pablo Hernández Parra / Soberania.org
Pablo_Hernandez_Parra_1El resultado electoral del 6 de diciembre ha sorprendido no tanto por el triunfo de la oposición sino por la diferencia de votos[1] con respecto al gobierno. En ese sentido, el llamado chavismo, como un movimiento aluvional forjado desde el Estado a partir de los cuantiosos ingresos petroleros recibidos en este período, recibe su sentencia de muerte. Si el fallecimiento de Chávez fue el plomo en el ala que le quitó el vuelo, este resultado electoral es su disparo final.
Pero -ojo-, la agonía del chavismo como “movimiento de masas” no significa en absoluto el fin del militarismo, del ejército y policías como árbitros de la política venezolana y elemento principal en cualquier “transición democrática”[2].
El mensaje enviado por la MUD al ejército en medio de la euforia del triunfo, no deja lugar a duda sobre el papel que le asigna la oposición en el cambio que prometen:
“A nuestros hermanos de la Fuerza Armada, nuestro mensaje de aprecio y de reconocimiento. Yo pido un aplauso para la Fuerza Armada Nacional, a los efectivos del Plan República. Ustedes son hermanos y hermanas, padres y madres, con la única diferencia de que visten uniforme y que los compromete con este país el sagrado juramento a la bandera. Un juramento en defensa de nuestra soberanía y nuestra patria”[3].
Por su parte, la declaración de María Corina Machado fue más tajante pues “reconoció la labor de los efectivos de la Fuerza Armada Nacional (FAN), en cuyos componentes dijo aún ‘existe la reserva moral para cumplir su papel en la transición a la democracia en paz'”[4] (subrayados nuestro). En otro escrito la señora Machado con el ya característico doble discurso de todo líder opositor, remata con esta perla: “Al cabo de 200 años de vida republicana, los venezolanos derrotaremos el militarismo. Paradójicamente, ello pasa por salvar a las FAN”[5] (¿?).
Y esta cuestión del papel del ejército como árbitro y garante de la transición no debemos perderlo de vista, porque en ella está la esencia del cambio gatopardiano en marcha. Se trata no solo de mantener los cambios principales en el Estado militar, policíaco y delictivo introducido por el gobierno de los militares, sino preparar los futuros acuerdos entre las camarillas de ambos bandos y su inevitable alianza[6], tanto para llevar adelante las negociaciones de restructuración de la deuda y conclusión del programa de ajustes con el capital internacional, así como enfrentar conjuntamente las movilizaciones, protestas y luchas en especial de los trabajadores ante el inevitable agravamiento de las condiciones de vida de estos últimos.
Ahora bien, un aspecto importante del discurso del secretario de la MUD en la madrugada del 7 de diciembre, fue el disfraz con que envuelven y envolverán su dobles discursos. ”Hoy tenemos razones para celebrar: el país pedía un cambio y ese cambio comienza hoy”.
Quien lea con detenimiento el citado discurso y lo relacione con toda la campaña electoral de la oposición, podrá ver con absoluta claridad que el cambio que nos promete la MUD es el típico Gatopardo, cambiarlo todo, para que las cosas empeoren. Y aquí, precisamente, es donde debe radicar la esencia de las luchas, programas y movilizaciones de todos las clases y sectores sociales interesados en una real transformación del país y no servir de cómplices y comparsa de esta resurrección de la IV República en pleno siglo XXI, con todos sus defectos, arbitrariedades y engaños y, si se quiere, con ninguna de sus virtudes.
El fundamento de nuestra posición es muy sencillo: el pueblo ha votado siempre por un prometido cambio[7], entendido éste básicamente como mejoramiento en sus condiciones materiales de vida y no por las abstractas promesas de “democracia, libertad e igualdad” que, como lo sentencia la historia, jamás se han cumplido para esas mayorías. Éstas, en especial la masa trabajadora, no solo ponen los votos, sino también los muertos en las “revoluciones” y, por si fuera poco, con su trabajo sostiene a la parte parasitaria de la sociedad, integrada hoy en Venezuela no solo por la burguesía y la burocracia estadal y militar, sino también entre los “excluidos de abajo”. En efecto, este gobierno movilizó a costa de la Renta Petroleraa una masa no despreciable cuya mayoría viven sin trabajar, en especial en sectores productivos o de servicios socialmente útiles y necesarios[8]. En ese sentido, los problemas y situación que llevó a la población (chavista y opositora) a votar masivamente contra el gobierno, tiene muy poco que ver con la llamada “defensa de la democracia, libertad de expresión o la libertad de los presos políticos” y si muchísimo que ver con: escasez, colas, especulación, desempleo y subempleo, bajos salarios, carencia de medicinas, repuestos, deterioro de los servicio elementales de agua, luz, transporte, inseguridad, violencia, proliferación del crimen, abuso policial y militar, impunidad galopante, corrupción creciente, etc.
Y esta situación que afecta a las mayorías de la población, donde pobreza, hambre y miseria crece día a día, tiene como causa principal -pero no única-, la situación de la economía y en especial la de su industria fundamental: PDVSA.
Por ello, en ningún momento, NI EL GOBIERNO NI LA OPOSICION a lo largo de toda la campaña electoral expusieron sus propuestas en torno a esta cuestión medular. Y no es un olvido, desconocimiento o subestimación por parte de ellos. La razón es más concreta: ambos contendientes representan y sirven a los mismos intereses y como las dos caras del dios romano Jano, son la izquierda (disfrazada de “socialista y revolucionaria”) y la derecha (disfrazada de “democrática y anticomunista”[9]) del capital y los patronos.
En ese sentido recordamos, una vez más, que el problema principal de los venezolanos lo causa ante todo la situación de la industria petrolera expresado en:
  • PDVSA está sencillamente quebrada, sin tecnología ni capital para tan solo el mantenimiento de su infraestructura, en especial las refinerías.
  • El yacimiento petrolero venezolano, en especial la Faja Petrolífera del Orinoco, ha sido privatizado vía empresas mixtas en sus principales campos en más de un 40 % a las compañías petroleras internacionales y aún a gobiernos extranjeros.
  • La producción petrolera sigue en caída libre, unida a la hipoteca de más de un tercio de la producción y la caída de los precios del petróleo. Esta situación indica con claridad que sencillamente no hay Renta Petrolera y PDVSA se mantiene a flote a través de un endeudamiento creciente del exterior, ventas de activos y los préstamos masivos del BCV en bolívares para cumplir con sus obligaciones nacionales[10].
  • PDVSA sigue comprando petróleo en el exterior, llegando estas compras hasta un tercio de sus ingresos totales. (VerAnexo 1)
  • PDVSA y el Estado venezolano a través de la estafa conocida como el Fondo Chino (pero igual sucede con otros países y compañías) no solo hipotecó su producción por un tiempo indefinido[11], sino que el famoso crédito chino no es más que un vulgar crédito atado donde el gobierno chino se paga y se da el vuelto, y los “proyectos” que desarrollan en el país, en la mayoría de ellos son ejecutados por compañías, personal e insumos provenientes de China. Este mecanismo se extiende a otras operaciones similares como son los negocios con Odebrecht, el financiamiento de la transición cubana y las “ayudas y créditos blandos” para sostener las burocracias del ALBA, Petrocaribe, países del cono sur, etc.[12].
  • La burocratización, el desmantelamiento del personal técnico de la industria[13] y el aumento desproporcionado de personal ocioso y parasitario en la industria.
Si a este desmantelamiento del país le unimos, entre otras, causas que inciden en la destrucción del país, tales como:
  • La masiva fuga de capital y la corrupción como principal mecanismo de acumulación de capital de la Boliburguesía, pero también de la burguesía y banca nacional.
  • El endeudamiento creciente del país.
  • La destrucción literal de la infraestructura eléctrica, de carreteras, red hospitalaria, servicio de agua, etc.
  • El desmantelamiento del aparato productivo nacional, en especial sus empresas básicas[14].
No hay lugar a duda que el cambio prometido por la MUD y la aparente pasividad del gobierno y militares ante el desastre electoral, esconde lo que está a la vista de todos: vamos a una transición que dejará intacto lo esencial del aparato de violencia y represión, así como sus leyes antiterroristas vigentes. Las elecciones le lavan la cara al narcoestado militar y tal como lo expresara con absoluta claridad el gánster económico Francisco Rodríguez en su informe sobre Venezuela el pasado noviembre:
“Las próximas elecciones parlamentarias tienen el potencial de alterar significativamente el panorama político y por lo tanto el menú de opciones de política económica a disposición de las autoridades”[15].
Y cuál es el menú que ofrece la banca internacional al gobierno venezolano, ahora con el apoyo de la oposición:
“¿Habrá más recortes a la importación? Seguramente, este tipo de medida son desagradables y quizás una de las principales razones por las que la actual administración parece tener un momento difícil en las encuestas para las próximas elecciones de diciembre. Pero el gobierno no tiene otra opción. El hecho de que las autoridades venezolanas hayan tomado esta ruta sugiere que temen la otra alternativa impago (Default). Y hay buenas razones para suponer que si el país entra en una cesación de pagos de su deuda, las acciones legales de los acreedores (titulares de los bonos) afectaría severamente la capacidad de la empresa petrolera estatal para generar ingresos. Venezuela podría terminar con menos ingresos –no más– como consecuencia de una situación de impago”.[16]
En resumen: Programa de Ajuste, Restructuración de la deuda o default. Tres formas de morir nos ofrecen el sicario. Y para cada una de esas muertes, “la agencia funeraria de la banca” nos ofrece los sepultureros: los gánster y sicarios, los buitres (Titulares de bonos) y en última instancia le enviaremos a los chacales (Marines)[17].
Conclusión
El resultado electoral es la consumación del pacto gobierno-oposición para preservar al Estado venezolano, lavándole la cara al actual gobierno y negociar unidos con la banca internacional la restructuración de la deuda y sobre todo enfrentar a su único enemigo: los trabajadores y empleados, asalariados públicos y privados, así como el resto de trabajadores socialmente útiles y necesarios, quienes verán deteriorarse aún más sus condiciones de vida y obligados a luchar por su simple sobrevivencia.
Esta situación impone tarea de dotarnos de una táctica política para enfrentar este nuevo engaño y sobre todo un programa que recoja las aspiraciones y necesidades de esas mayorías, perfectamente conquistables bajo el marco de las actuales condiciones. Ante la inexistencia de una clase social productiva de avanzada que lleve adelante esas transformaciones, la realidad impone como una necesidad, que dichos cambios solo serán posible en la medida que el trabajador y el asalariado público y privado adquiera conciencia de su responsabilidad histórica individual, se dote de un verdadero programa de transformación, y en la calle a través de sus luchas y organización asuma su papel de cambiar el mundo en su beneficio y no esperar en un mesías, caudillo o partido que sencillamente son organizaciones forjadas para su auto preservación y no transformar el orden y sistema existente del cual viven

domingo, 10 de enero de 2016

Por qué abortar es progresista


Por qué abortar es progresista

Guillermo Elizalde Monroset

Muchos impugnan la nueva ley del aborto diciendo que abortar no es progresista. Sin embargo, el aborto parece inseparable de la Modernidad y de su ideología nuclear, el progresismo.
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¿Qué es la Modernidad? Una reducción y una renuncia. La reducción del ámbito racional a la actividad de la materia, hasta llegar a absolutizarla. La renuncia a descubrir la naturaleza humana, hasta llegar a inventarla. En eso dio el "Atrévete a saber" de Kant, la emancipación del entendimiento que había de traer el imperio de la ciencia, el progreso indefinido y la paz perpetua.

Pero las profecías ilustradas no se cumplieron. Como dijo Donoso, cuando se esparció la fe en el paraíso terreno la sangre brotó hasta de las rocas duras. Al febricitante incremento de la técnica le acompañó un inaudito menosprecio del hombre. Llegaron la santa guillotina, la devastación napoleónica, el nacionalismo, las sociedades eugenésicas y las guerras mundiales. Avergonzada, la Modernidad huyó hacia delante y se rebautizó en Postmodernidad, intensificando la reducción y la renuncia modernas hasta el imperio del relativismo. La razón se deshizo en eldeconstructivismo, donde todo pierde su valor; el entendimiento renunció a la verdad, en nombre de una tolerancia donde todo vale. Hoy no hay Auschwitz, no hay Gulag. Pero hay 40 millones de abortos cada año.

¿Cómo es posible que la sociedad moderna, presentada como heraldo de la ciencia, del progreso y de la paz, admita tal masacre de seres humanos inocentes? ¿Es el aborto un accidente de la Modernidad o una consecuencia esencial de la misma? La respuesta debe tener en cuenta lo difícil que le resulta al pensamiento moderno sustentar y vivificar al hombre, la familia y la sociedad, los tres elementos básicos de la comunidad política. Mejor dicho, parece que el progresismo infunde una inercia necrótica a estos tres pilares, como si tendiera intrínsecamente a destruir el orden de la vida en común. Veámoslo.

¿Qué es el hombre para la doctrina moderna? Materia evolucionada, de la misma naturaleza que el resto de la biosfera, cuyo estatuto está sujeto a la opinión mayoritaria del momento y puede reformularse a gusto de cualquier ideólogo. Esto tiene dos consecuencias. En primer lugar, el concepto de ser humano se licua. No es extraño que el parlamento español debata extender los derechos humanos a los simios, que la ministra Bibiana Aído diga que el nasciturus no es humano, o que Paul Ehrlich y otros biólogos presenten al hombre como un gorgojo para el planeta. En segundo lugar, se olvida desde y hasta cuándo el hombre es sujeto de derechos. Por eso catedráticos de ética como Peter Singer recomiendan el aborto, la eutanasia y el infanticidio; o el Colegio de Ginecólogos británico solicita matar a los bebés minusválidos. La idea moderna del hombre, que desconoce la dignidad de la persona humana, mina los cimientos de los derechos humanos y justifica la muerte como deber humanitario.

La razón jibarizada de la Modernidad tampoco es capaz de reconocer la naturaleza de la familia. La familia –dice el moderno– es un lugar triplemente peligroso: celebra la maternidad que origina la opresión de la mujer, ceba labomba demográfica y estorba el adoctrinamiento ideológico del Estado. Por consiguiente, es lógico que la España de Zapatero trate de reducir el matrimonio a una unión de Progenitor A con Progenitor B, de cualquier sexo, inmediatamente cancelable por repudio. O que la ONU y la Unión Europea hayan proscrito el término maternidad de su jerga burocrática, y a cambio cohonesten el aborto como "salud reproductiva". De ahí que en Europa, cuna de la Modernidad, no haya niños en 2 de cada 3 hogares y el 20% de los embarazos concluya en aborto. La esterilidad y la muerte parecen requisitos progresistas para que la familia, escudo del hombre y arbotante de la sociedad, quede inerme ante el Estado.

Sí, el progresismo es letal para el hombre y la familia. Pero también lo es para la sociedad. El clásico ponía en el bien común –el bien de todos sin excepción– el fin de la sociedad; el desencantado postmoderno, que ya no se atreve a proponer bienes, sólo aspira al consenso mayoritario. A la mayoría le corresponde, en la Modernidad, definir lo que es ley y sostener la balanza de la justicia, sin obligación de subordinarse a principios superiores que permitan juzgar las normas. El consenso, que es la expresión política del relativismo, se absolutiza y se antepone al hombre. Así se cumple el sueño de Rousseauy Spinoza: quien está fuera del consenso, de lo políticamente correcto, no merece vivir en la sociedad moderna.

El Estado es el responsable de crear y administrar el consenso, destruyendo para ello las ligaduras de la vida social y manipulándolas con la teta presupuestaria. La certidumbre de la ciencia y la técnica funciona aquí como bálsamo metafísico, como religión. Ahora bien, bajo la apariencia de concordia hay una sociedad desarmada que ha roto el equilibrio con el individuo, que no puede distinguir el bien del mal y que encierra la libertad en lo políticamente correcto. Una sociedad inane, nihilista, yerma. Su divisa ya no dice "No matarás", sino "Relativizarás". Su fruto es la cultura de la muerte. Sus abortorios producen cada año tantas víctimas como la Segunda Guerra Mundial. Y –dice la ley de Zapatero– no cabe objeción de conciencia.

Esto es la Modernidad. La reducción de la razón y la renuncia del entendimiento. La disolución del hombre, la familia y la sociedad. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la razón levantaba sumas y catedrales, y el entendimiento se aventuraba más allá de lo sensible. Hubo un tiempo en el que Boecio le decía a Tomás de Aquinoque el hombre era persona, dotado de suprema dignidad; en que Francisco de Vitoriaconversaba con Cicerón sobre el asiento de la ley en la razón, y no en la voluntad. La Modernidad olvidó estos logros y menospreció mil años de desarrollo. Las consecuencias, hemos visto, son cada vez más sangrientas.

¿Puede el progresismo generar una cultura amable con la vida? No es probable. La Modernidad no traerá una civilización pacífica y justa. Si hay que esperar un verdadero desarrollo humano, es necesario recobrar la entereza de la razón. Sustituir el Sapere aude del filósofo de Königsberg por el Duc in altum del carpintero de Nazaret es el primer paso para conseguirlo.

Epidemia de desafección

Epidemia de desafección

Ante la globalización y la precariedad, el ciudadano se siente desprotegido y los pilares que guiaban la vida se esfuman. Ser crítico está bien visto, pero no sirve de nada

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Un pasajero espera en la estación de Atocha, durante la huelga de trenes de 2013. / ANDRES KUDACKI / AP
La “modernidad líquida” es una expresión del sociólogo Zygmunt Bauman para definir un modelo social que implica “el fin de la era del compromiso mutuo”, donde el espacio público retrocede y se impone un individualismo que lleva a “la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía”. Lo expuso en 1999 en Modernidad líquida (FCE) y su opinión no ha variado en su último ensayo,Ceguera moral (Paidós). “Nuestra sociedad ha hecho de la desafección una parte obligatoria de las ocupaciones vitales”, sostiene el pensador de origen polaco. Ser crítico está aceptado, y hasta bien visto, pero resulta inútil cuando la política no es el verdadero poder y el Estado-nación ya no ofrece respuestas.
La desafección ciudadana —hacia las instituciones, hacia los valores tradicionales, hacia los otros, hacia el sistema— es una de las señas de nuestro tiempo en Occidente. En el pasado, la comunidad, la familia, la religión, la nación o la autoridad eran pilares sólidos. ¿A qué puede agarrarse el ciudadano de la globalización, que se siente vulnerable e inseguro, amenazado por la precariedad? Babeliatrasladó la pregunta a filósofos y sociólogos.
“Vivimos en una era objetivamente sombría”, sostiene Fermín Bouza, sociólogo experto en cultura de masas y profesor de la Complutense. “El mundo de la guerra fría era un paraíso de certezas y, en cierto modo, de paz, o al menos de guerras que no nos involucraban. Ya no. La ciudadanía lo acusa en todas las conductas: cambios de usos, de creencias, de política, personales... No somos muy conscientes de la magnitud de lo que ocurre”.
"Es el Estado de Derecho el que no atraviesa su mejor momento. No es que la gente se sienta más desprotegida, es que está más desprotegida", dice José Luis Pardo
Saskia Sassen, socióloga de la Universidad de Columbia, considera que “los anclajes de una persona o de un sector social, la clase media ola clase trabajadora, han sido destruidos. Muy pocas cosas son como antes, cuando se tenía un plan de vida. No hay salvavidas claros”.Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2013, Sassen acaba de publicar Expulsiones (Katz), sobre el impacto de un sistema neoliberal incapaz de gobernarse a sí mismo. Y señala que, en vez de apuntar a la globalización, será más útil para el ciudadano movilizarse ante la “capa intermedia”: los políticos y empresas nacionales. “Comprometerse con una política crítica será mejor para su salud y su alma que quedarse con su sufrimiento en casa”.
“El concepto de ciudadano, habitante de una ciudad o un país que le otorga derechos por el hecho de serlo, resulta cada vez más obsoleto”, sostiene Constanza Tobío, catedrática de Sociología de la Carlos III. “En el estrecho marco de un país ningún ciudadano puede estar seguro. La inseguridad es global y su control también”.
José Luis Pardo, ensayista y catedrático de Filosofía en la Complutense, opina que el sentimiento de comunidad viene debilitándose desde los inicios de la modernidad. “Incluso diría que la modernidad es, entre otras cosas, eso. Es el Estado de Derecho el que no atraviesa su mejor momento. No es que la gente se sienta más desprotegida, es que está más desprotegida”. Pero agrega: “Puede que la culpa de esto la tenga ‘la globalización’ (otros dicen ‘el capitalismo’, ‘la eurozona’ o Fumanchú), pero como nada de esto son personas físicas ni jurídicas, habrá que decir que ‘la gente’ no hemos hecho gran cosa para evitar esa desprotección”.
Ángel Gabilondo, catedrático de Metafísica antes de ser elegido diputado socialista en Madrid, lo explica así: “Vivimos en tiempos de una gran indefensión y vulnerabilidad. Y de un sentimiento compartido de incertidumbre, que no es una mera sensación. Hay urgencia y necesidad”. Gabilondo, autor de La vuelta del otro: diferencia, identidad, alteridad (Trotta, 2001), también denuncia el individualismo, que “encuentra su gran aliado en un egoísmo amparado en la desconfianza para con las instituciones o los procesos colectivos o de participación”.
Saskia Sassen asegura que “los anclajes de una persona o de un sector social, la clase media o la clase trabajadora, han sido destruidos"
Para el filósofo José Antonio Marina, Premio Nacional de Ensayo en 1993, hoy todos los mensajes “apelan al yo”: enfatizan la autonomía, el proyecto personal, animan a emprender la propia vida, a cuidar la marca, a buscar la visibilidad. “Esto me parece una trampa bellamente camuflada con el canto a la libertad y a la creatividad. Hace falta recuperar el gran proyecto éticode la convivencia”. Según este pensador, que publica Despertar al diplodocus (Ariel), “la globalización produce reacciones de autodefensa, como los integrismos, los nacionalismos, los localismos. Hay una querencia de vuelta al campanario del pueblo”. Lo cual nos lleva a una cohesión social más débil, “enmascarada por redes sociales más densas, pero superficiales”, sentencia.
Entonces, ¿estamos en un mundo sin valores? Responde Bouza: “La crisis de valores, en general, ha terminado porque comenzó mucho antes. Hay una búsqueda de nuevos valores en creencias de todo tipo. Valores más funcionales para la crisis vigente”. Para Gabilondo, ”se requiere una relectura de la fraternidad ilustrada en términos de solidaridad, de transformación”.
Algunos niegan la mayor. Como la socióloga Consuelo Perera, que ha trabajado en el estudio internacional Values and Worldviews de la Fundación BBVA. “No hay desinterés hacia lo público, pese al bajo nivel de asociacionismo en España”, señala. Por ejemplo, crece la participación en manifestaciones o las recogidas de firmas. Los activismos que se apoyan en las redes sociales desmienten la apatía hacia lo público. Sí abunda una actitud crítica hacia los políticos o el sector financiero, también hacia la economía de mercado, que tiene en España el menor apoyo entre 10 países analizados. La religión pierde peso y la familia lo gana, con una visión más abierta de su modelo, como sostén ante la crisis. “No detectamos una crisis de valores”, concluye Perera. Pardo es más sarcástico: “No conozco ninguna época del mundo en la que no haya existido una gigantescacrisis de valores”.
"Vivimos en una era objetivamente sombría", sostiene Fermín Bouza. "El mundo de la guerra fría era un paraíso de certezas"
Hay autores que recelan de que ese nuevo activismo a través de Internet —lo llaman sofactivismo, oclickactivism en inglés— sea capaz de cambiar las cosas. O quizás no sea más que un “enjambre digital” que no tiene un alma común ni puede convertirse en una voz, como explica el filósofo coreano Byung-Chul Han en En el enjambre (Herder). Las redes, denuncia Han, se mueven entre el ingenuo y compulsivo “me gusta” y las “tormentas de mierda” que confirman “que vivimos en una sociedad sin respeto recíproco”. Sobre ello ironiza José Luis Pardo: “Activismo hay mucho, en efecto, pero esto es como lo de la lectura continuada delQuijote el día del libro, que todo el mundo está activísimo, pero nadie sabe para qué sirve, aunque seguro que para algunos será negocio”.
Bauman también relativiza la irrupción de Facebook o Twitter, a pesar de su efecto en la primavera árabe o el movimiento global de los indignados. Avisa de que por esa vía estamos más controlados: nunca fue más fácil para las dictaduras identificar a los disidentes. “Las redes sociales son lugares donde la vigilancia es voluntaria y autoinfligida”, escribe. Al filo de los 90 años, sigue siendo pesimista. “Con el dolor moral asfixiado antes de que adquiera una presencia realmente inquietante y enojosa, la red de los vínculos humanos, tejida en el hilo moral, es cada vez más débil y frágil, y sus texturas se descosen”.