lunes, 17 de marzo de 2014

ANOTACIONES A UN CAMARADA DE LOS AÑOS 60.

Al límite: Anotaciones a un camarada de los años 60; por Luis García Mora

Por Luis García Mora | 16 de Marzo, 2014
al limite collage
No. No es lo mismo aquello que esto, aunque lo veas como el mismo escenario de signo contrario en el que, como Rómulo, Maduro es quien arremete.
No. La diferencia es que en los sesenta nosotros estábamos en armas. Y ahora quienes se rebelan (que somos nosotros también) están desarmados.
Lo que no constituye una diferencia manifiesta.
No, aquí no hay además una organización terrorista ni guerrillera. Hoy la línea insurreccional no constituye para la oposición (para nosotros) la línea política dominante. No hay acciones y secuestros como el de Di Stéfano ni del buque Anzoátegui ni el del avión de Aeropostal.
No se ha atentado contra el tren de El Encanto ni hay cuatro o cinco frentes guerrilleros activos.
Incluso, es hasta vil comparar con un golpe de estado o una insurrección popular la protesta social, aunque a veces se ponga violenta y a pesar de que los afilados dientes de la crisis nos deshagan.
Es distinto. Es más: a veces pienso, en mi paranoia periodística innata, que desde cierto ángulo el Gobierno se regodea en su fuerza persiguiendo, reprimiendo, matando y haciendo uso de sus grupos ilegales de choque para galvanizar a sus huestes furiosas con él, ya que el cuerazo lo sufre todo el mundo.
Porque si no es así, ¿cómo explicar ese estado de sitio en el Chacao o la Altamira nocturnos, donde al estilo del campo de concentración alemán, junto a las tanquetas y los cuerpos paramilitares de choque colocan altoparlantes a todo tren con reproducciones grabadas de Chávez e himnos ensordecedores para provocar y elevar más aún la arrechera?
No. Nosotros, los de ahora, no somos los de entonces.
Desde el poder, camarada, para tapar la cagada como siempre, se intenta inventar una guerra (como las que inventaba Chávez, artificialmente, propagandísticamente) para ocultar a todos que el país se nos cae. Y así, quizás en el trayecto –uno no entiende esas mentes chucutas– terminar el trabajo de sometimiento total y aprovechar las connotaciones terribles de la propia debacle económica nacional para fines “revolucionarios” prácticos.
Pretendiendo escapar de una idea que se nos ha materializado particularmente esta semana (psicopatológica, psicótica, enferma) uno imagina, intentando una comprensión que es imposible entre tanto gas y tanta muerte,  que aquí hay ganas de matar.
Aquí hay vocación de muerte.
Y eso está borrando las barreras más sanas para precipitarnos a un final carnicero, producto de una descomposición social influida desde arriba, por un discurso brutal y sostenido.
Escribía Sebastiana Barráez que hay una gran presión radical para que se apruebe desde el poder la salida de la base chavista y se la dote de armas para acabar con los focos de resistencia de sectores opositores que, hasta ahora, sólo han sido atacados por colectivos motorizados que saben y les gusta usar las armas, en un desesperado intento por frenar la protesta.
Sí. Aquí hay vocación de muerte, camarada.
Y se cree que del otro lado no hay respuesta posible. No en balde se ha incubado y cuajado durante quinquenios la ficción de que este poder es para siempre y que del otro lado lo menos que hay son testículos ni coraje para defenderse.
Se ha incubado el punto de vista del pran, del matón. Y eso a algunos sectores radicales no les disgusta, porque quizás consideren a Maduro como un blandengue que lo que debería hacer es terminar de abrir fuego, como si de las FARC en el poder se tratara.
Es el hocico del terrorismo asomándose desde los sótanos del poder.
Y sus dientes amenazan a una comunidad que, desde afuera, se le ve en un grave peligro que se ha evidenciado con las protestas y su respuesta oficial, la inexistencia de una institucionalidad venezolana, sólida, de comunicación entre pueblo y poder (Margarita López Maya dixit) para elevar demandas y procesar los conflictos.
Lo que nos coloca en estado de indefensión.
Varios connotados juristas alertan que estamos peor que en un estado de excepción: lo vivimos sin haberse decretado oficialmente.
Por eso parece que cuando en el chavismo las tensiones comienzan a visibilizarse, al fin, está a punto de concretarse la confrontación de fondo que divide y sacude al Gobierno y a la oposición. Y, claro, a la sociedad venezolana, que se estaría asomando a su desenlace definitivo.
¿Cruento? ¿Incruento?
Más allá de la OEA y del ALBA, UNASUR o el CARICOM y del disfuncionamiento evidente y peligroso con relación a la situación venezolana de estas entelequias institucionales y sus gobiernos, más allá de la histeria ideológica y gubernamental de Maduro, hay que evitar por todos los medios que el deterioro progresivo de la situación obligara a algún tipo de intervención internacional.
Para los Estados Unidos “es una situación que obviamente está cayendo en pedazos frente a nosotros” y “A menos que haya algún tipo de milagro en el que la oposición o el gobierno de Maduro se replieguen, irán a una catástrofe en términos económicos y democráticos”.
Desde ya se activan medidas concretas para negar visas y congelar activos o cerrar cuentas bancarias en EE.UU. a quienes repriman las manifestaciones pacíficas y estén directamente involucrados en la violación de los derechos humanos.
Los gobiernos de Colombia y Brasil se han activado en la búsqueda de una solución para un crisis que a sus ojos está alcanzando límites preocupantes, tras un mes de protestas estudiantiles y de muertes. No en vano lleva casi tres quinquenios sacudiéndose como un espantapájaros desde el poder esta amenaza de destrucción. Una amenaza a la cual nosotros, los venezolanos, nunca tomamos en serio por aquello que decía José Ignacio Cabrujas: jamás hemos aceptado el drama extremo del poder, esa institución que cuando se toma en serio a sí misma no tarda en aparecer en nosotros el rasero de la “joda”.
“Está bien, gobierna… pero tampoco te lo tomes tan en serio”.
Pues sí, llegó la hora de tomar esto en serio. Al menos ante este tipo de poder que se autodenomina “revolucionario”, que se considera a sí mismo irreversible y que particularmente desde hace un mes ha pasado las palancas del miedo.
Sí. Esto no es el terror abyecto que Ricardo Lagos retrata en Así lo vivimos, del Chile de Pinochet. Pero sí ese estrés constante ante el peligro que nos mantiene con los nervios de punta siempre. Como en San Cristóbal, Caracas o en Valencia, donde el jefe del Comando Estratégico Operativo de la FAN, Vladimir Padrino López (considerado por muchos el verdadero líder militar de la Nación) insistió en que tras los allanamientos realizados en las comunidades y urbanizaciones civiles “vamos a ir asegurando espacios. Sobre todo en El Trigal, en La Isabelica…”
Es el estilo duro del lenguaje castrense. Y ahora con los colores rojos sobre la solapa.
Como recordaba alguna vez Tomás Eloy Martínez al hablar sobre Argentina: ideologizar es suprimir toda disidencia, exterminar, fomentar el exilio.
Y, no. No es El Charal. Ni se está desplegando el Ejército ante el Frente Armado Argimiro Gabaldón, sino ante la gente de La Isabelica, El Trigal o Mañongo, al igual que simultáneamente se hace ante San Cristóbal.
Es eso que usted, camarada, llama la guerra. Pero así es muy fácil.
Ahora es usted quien (desde Miraflores) conduce los regimientos. Enredado. Aturdido mentalmente quizás por el gas y la metralla, o ese intento vano de su joven defensora de los derechos de su Gobierno para diferenciar tortura de uso excesivo de la fuerza.
Hace tiempo usted superó eso. Y seguro considera que de verdad usted hizo la revolución y la conduce y está ante Kerry y las fuerzas norteamericanas desplegadas por el Pentágono o ante el USS Enterprise, el octavo barco de la marina estadounidense con ese nombre.
No ante una población desarmada.
Es el sueño de cualquier revolucionario, sí. Pero en este caso no hay un enemigo real con quien desquitarse.
Como el camarada Mugabe en Zimbabue, quizás quiera divertirse con su pueblo jugando a la guerra. Pero, por ahora y a pesar de los excesos, aquí se vota, no se mata.
Se gobierna: no se declara una guerra.
Y si no se puede, se renuncia. O, se abre a un diálogo.
Con coraje.
Porque no. No hay Fin Mayor que justifique cualquier medio.
Le recomiendo: olvídese de Cabello y de Ameliach. Y de los francotiradores responsables de todos los muertos. Y oiga a la señora Rodríguez… Gina Rodríguez, la viuda de Guillermo Sánchez, de 42 años, la última víctima mortal. Que ella quiere hablarle:
“Quiero que sepa el señor Maduro que no fueron francotiradores. Mi esposo estaba pintando. Vinieron unos colectivos (paramilitares oficialistas), un grupo aproximado de cincuenta motos que venían disparando contra edificios, también tiraban piedras. Mi esposo se metió corriendo en uno de los edificios y un grupo de ellos lo persiguió. Y cuando dieron con él, lo golpearon. Él les dijo que no estaba haciendo nada, que no estaba guarimbeando, pero igual le dispararon”.
Más nada. Y van casi treinta. Casi todos jóvenes.
(Debo decirle que a quien escribe estas líneas tanta muerte le fatiga, le empoza el alma. ¿Y a usted?)
El mismo Tomás Eloy recordaba que hay políticos que, a fin de cuentas, todo les da lo mismo. Incluso dan por sentado, tal como hacían los nominalistas del siglo XIV, que las palabras no se refieren a existencias objetivas. Y sí: suponen que son flatus voci, meras declaraciones verbales.
¿Piensa usted igual?
Usted habla y habla y habla. Y en ese espacio virtual que enmudece cada día más se le ve con un frenesí digno de mejores causas, intentando reconstruir una vaina. Un asesinato del pueblo venezolano por Kerry, por ejemplo, o el Pentágono rebelándose en Valencia.
Compa: cada día que pasa, el involucramiento de la FAN en el control (militar) de la protesta y del país se incrementa. Y se incrementa al mismo ritmo que la inestabilidad del país y su parálisis.
La declaración de Gaviria hay que oírla. La presencia de grupos armados ilegales ajenos a las Fuerzas Armadas, vuelven particularmente peligrosa la actual situación. Sobre todo cuando desde el Estado se tortura y se violan los derechos humanos.
Además de la detención de dirigentes de oposición y de atribuirles responsabilidades penales por las consecuencias de las protestas estudiantiles.
De manera que, camarada, pare la vaina

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