lunes, 24 de noviembre de 2014

VENEZUELA: LAS TAREAS DE LA OPOSICIÓN.

Las tareas de la oposición (Segunda Parte)

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Por: Benigno Alarcón / 21 de noviembre de 2014
Si los líderes de oposición comprenden la importancia de generar las condiciones necesarias para una transición democrática y dinamizar las expresiones de rechazo al gobierno, es posible modificar las relaciones de dominación que permiten el control hegemónico del régimen, o sea las que se dan entre el núcleo central del régimen, el aparato coercitivo del estado, sus partidarios pasivos, la oposición activa y aquella mayoritariamente pasiva
Una nación tiene el gobierno que se merece,
y aquellos para quienes esta sentencia es de mal gusto
es porque forman una pequeña minoría de disidentes,
demasiado pequeña para influir en la voluntad de la gente,
de un grupo mayor cuya inconformidad es inconsistente con sus prácticas
y coopera con la tiranía que deploranen ocasiones sin darse cuenta.  
(Erroll E. Harris)
Cerrábamos nuestro artículo de la semana pasada diciendo que la primera tarea histórica que tiene una oposición que pretenda liderar un proceso de transición democrática es la construcción de un movimiento político-social unificado que trascienda las fronteras partidistas y convoque a la mayoría de los ciudadanos, incluidos los que un día creyeron en el chavismo, bajo una visión y proyecto común. Solo un movimiento de esas características puede generar una movilización de voluntades capaz de ver de frente a un Estado que tiende a autocratizarse cerrándose políticamente por miedo a las consecuencias de perder el poder. En este sentido, agregábamos que para entender cómo la oposición democrática debe asumir su estrategia es importante, en primer lugar, considerar dónde se encuentra ésta en relación con los otros componentes del régimen, y en especial, en lo que se refiere a lo que se conoce como las relaciones de dominación. Visto así, la tarea de la oposición democrática consiste, esencialmente, en modificar las relaciones entre todos los componentes del sistema autoritario, al mismo tiempo que se construyen las condiciones para la iniciar el camino hacia un proceso de democratización. Dedicamos este artículo a explicar cómo se emprende tal tarea. Según nos cuenta Alfred Stepan, uno de los más importantes estudiosos de los procesos de democratización en el mundo, en un artículo publicado en The Journal of Democracy en 1991, los principales actores de esta relación son:
1) El núcleo central de partidarios del régimen (quienes consideran el orden establecido como lo más conveniente para sus intereses políticos, económicos o institucionales)
2) El aparato coercitivo (quien mantiene al régimen en el poder)
3) Los partidarios pasivos
4) Los opositores activos y
5) Los opositores pasivos
Alfred Stepan afirma que el cambio en las relaciones de poder, de manera tal que incida en las relaciones de dominación y por lo tanto, en las posibilidades de una transición democrática, parte por comprender cómo cada uno de estos grupos percibe su propia situación. Es así como este autor, partiendo de la comparación entre dos extremos, un régimen autoritario fuerte y uno débil, comienza explicándonos que la existencia de un gobierno fuerte generalmente coincide con ciertas actitudes de sus partidarios y opositores. En tal sentido, en el caso de un régimen fuerte y estable, el núcleo central de partidarios serán los principales defensores del status quo porque para éstos el gobierno autoritario es un apoyo ante los problemas y un escudo contra “los peligros evidentes¨ que desde el mismo gobierno en ocasiones se fabrican. Este grupo considera que es de su interés ayudar activamente al gobierno, por lo que no dudará incluso en respaldar medidas fuertemente represivas. Como consecuencia de ello, tanto el ejército como los demás cuerpos de seguridad, responsables de ejercer la represión, identifican los intereses de sus organizaciones con los del régimen y se consideran parte del mismo. Mientras un régimen fuerte tiene la lealtad de estos dos grupos, el núcleo central y el aparato coercitivo, los partidarios pasivos se someten sin mayor resistencia a su hegemonía autoritaria, manteniendo a sus integrantes inactivos y dóciles a un punto tal de que estos aceptan formar parte de las instituciones que sirven como bastiones del gobierno. Es así como un autoritarismo cohesionado y fuerte es capaz de obtener la cooperación, consciente o no, de numerosos intelectuales, empresarios, clérigos, periodistas y otros profesionales, e incluso de líderes de oposición que estarán, en tales circunstancias, virtualmente inmovilizados por la coerción generalizada que el régimen emplea contra ellos. En estos casos es común que exista una oposición pasiva que se mantendrá alejada de quienes se oponen activamente al régimen. Cualquier coincidencia que el lector note entre nuestra realidad actual y la que Alfred Stepan describe en su artículo de 1991 es pura coincidencia…
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Por el contrario, en el caso de un régimen autoritario debilitado cada uno de estos grupos pensará y actuará de una manera completamente diferente. Si logra reducirse el miedo a la represión, que es lo que sostiene la unidad del régimen, el núcleo central de partidarios comienza por lo general a fragmentarse y la deserción se hace visible en la medida que surgen dudas acerca de la capacidad del régimen para mantener el control del poder. En este punto, algunos partidarios del régimen comenzarán a ver las cosas desde un punto de vista más pragmático e independiente y no sentirán que es su responsabilidad ni tampoco su interés la perpetuación del régimen, llegando incluso a integrarse al grupo de opositores pasivos; y en casos extremos de amenaza y represalias incluso al de los opositores más activos, si estos se lo permiten. Esta situación genera por lo general cambios en la actitud y opinión entre los que fueron partidarios del mismo gobierno y ya no están dispuestos a abdicar en sus propios intereses y futuro político a favor de quienes se mantienen aún en el núcleo duro del régimen, por lo que también es común que se sumen a las exigencias por condiciones democráticas como mecanismo pacífico y predecible para la resolución de los conflictos políticos y sociales, a cambio de garantías que permitan su viabilidad política post-transición.
En una situación como la descrita, que implica el inicio de una fase de aceleración de la desintegración del régimen, es respuesta común del gobierno, ante los altos costos que para el sector más radical implica su salida en medio de un ambiente que estimula las divisiones internas entre sus partidarios y el posible resurgimiento de una oposición más activa, que la coerción física directa e indirecta adquiera una mayor importancia en el mantenimiento del gobierno. En una situación como la descrita, al menos que quienes sean responsables del ejercicio de la represión (militares, policía, jueces, etc.) perciban la pérdida del poder como una amenaza seria contra ellos mismos, tal como ha sucedido en casos recientes como el de Siria, su determinación para mantener incondicionalmente la estabilidad del régimen mediante el uso de la fuerza comienza a debilitarse, mientras buscan garantizar su propia inserción en un potencial cambio de gobierno. Es así como las transiciones democráticas se produjeron cuando los responsables del aparato represivo comenzaron a deducir que el mantenimiento de un gobierno militar (como en el caso de Brasil), o el apoyo militar a un régimen cada vez más desprestigiado (como sucedió en Rumania, Portugal o Egipto) tiene un alto costo y va en contra de sus propios intereses, asumiéndose una actitud más institucional capaz de trascender la transición entre los actores políticos en pugna.
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En un ambiente de desprestigio y debilitamiento del régimen, es común que los partidarios pasivos, o lo que nosotros llamamos en nuestro caso “oficialismo light”, vayan orientando sus posiciones de manera tal de ir sumándose a un grupo cada vez mayor y más determinante de independientes, o sea de aquellos que ya no se identifican con el gobierno, aunque tampoco con la oposición, aunque de hecho terminan formando parte de lo que Stepan denomina como oposición pasiva. Asimismo, es común que grupos socialmente protagónicos como el clero, la prensa y los intelectuales se sumen progresivamente a la oposición activa, mientras que los partidarios tendrán cada vez menos interés en incorporarse a las instituciones de un régimen autoritario cuyas expectativas de futuro lucen seriamente comprometidas.
Y como no hay mejor cuña que la del mismo palo, tal como el viejo proverbio reconoce, los desertores del régimen, sobre todo aquellos que fueron figuras reconocidas y con liderazgo, pasan a formar parte de la oposición más activa por ser mayor el costo para éstos si el gobierno logra mantenerse en el poder, ya que se les perseguirá y castigará de manera ejemplarizante para elevar el costo de la deserción entre sus partidarios, tal como ha sucedido en casos conocidos como el del General Baduel o la Jueza Afiuni. Evidentemente, la actitud que la oposición asuma, acogiendo, aislando o atacando a los ex-partidarios del régimen, será un factor determinante que estimulará o desestimulará la deserción. En la medida en que las filas de los opositores aumentan con un número creciente de ex-partidarios del autoritarismo, que necesitan más que nadie de un cambio de régimen que garantice su propia seguridad, el período de inactividad llegará a su fin y la oposición se volverá más activa generándose una especie de círculo virtuoso en el que la activación de la oposición alimenta la deserción y el aumento de la deserción estimula la actividad opositora. En esta dinámica el esfuerzo de los ex-partidarios del régimen se ha centrado históricamente en la difusión de un discurso propio, por lo general distinto al de la oposición tradicional, que busca justificar su cambio de posición ante los que se mantienen fieles al régimen explicando sus propios motivos para oponerse, que son acompañados por la organización de actividades para presionar al gobierno.
Imagen 1 BenignoEn esta dinámica, la oposición pasiva tenderá a crecer en la medida que las expectativas de cambio aumenten y el temor a la represión disminuya. Mientras que la pasividad de la oposición disminuirá conforme la oposición activa se movilice y los opositores pasivos se vayan integrando a las actividades que se organicen para hacer evidentemente el descontento creciente contra el régimen. Es así como en los procesos de democratización, en la medida que se moviliza a la oposición se generan las expectativas positivas que terminan alimentando el afán de cambio, que termina por debilitar la hegemonía de un régimen autoritario. Si la oposición democrática activa comprende la importancia de esta dinámica y su responsabilidad en generar las condiciones necesarias para dinamizar las expresiones de rechazo al gobierno, es posible modificar las relaciones de dominación entre los actores mencionados, que permiten el control hegemónico del régimen, o sea las que se dan entre el núcleo central del régimen, el aparato coercitivo del estado, sus partidarios pasivos y la oposición, que por temor, suele ser mayoritariamente pasiva.
Pero, “por ahora”, nos detendremos aquí, y prometemos para la próxima semana la entrega de la tercera parte de las Tareas de la Oposición, en la que hablaremos sobre lo que la oposición debería estar haciendo en circunstancias como las descritas al tiempo en que, parafraseando a Cesar Miguel Rondón, nos despedimos deseándoles a todos el mejor fin de semana posible.

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