martes, 30 de abril de 2013

El poder de las momias Kim en Corea del Norte




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El poder de las momias Kim en Corea del Norte

Pablo M. Díez
Martes, 30 de abril de 2013
Con el país cerrado al mundo exterior, la propaganda está omnipresente en la vida de los norcoreanos de la cuna a la tumba







   Foto: Google
Cada mañana, a las seis, el himno de Kim Il-sung que suena desde los altavoces de la estación de Pyongyang marca el amanecer de un nuevo día en Corea del Norte. Nombrado «Presidente Eterno» tras su muerte en 1994, Kim Il-sung es el sol del último régimen estalinista del mundo y sigue dirigiendo el destino de su sufrido pueblo desde su mausoleo en el Palacio de Kumsusan.
Aquí descansa su cuerpo embalsamado junto al de su hijo, el «Querido Líder» Kim Jong-il, que también se exhibe para adoctrinamiento de las masas. Sin nada en los bolsillos y endomingados con sus mejores galas, miles de personas acuden a rendirles honores cada día. Especialmente en fiestas nacionales tan importantes como el aniversario de la fundación del Ejército, que se celebró el pasado jueves en medio de algo antes inimaginable en Pyongyang: un atasco en las calles de acceso a Kumsusan.
Entre un grupo de turistas europeos y otro de militares norcoreanos, ABC visitó ese día este templo de la propaganda que alcanza niveles surrealistas. Además de recorrer en una cinta larguísimos pasillos de mármol decorados a ambos lados con retratos históricos de ambos dirigentes, una estatua de Kim Il-sung ante la que hay que postrarse preside la entrada al recinto, donde suena «ad eternum» la marcha «¿Dónde estás, general?».
Tras ver el tren con el que recorrió cientos de miles de kilómetros y la interminable colección de medallas y diplomas que se expone en sus vitrinas, los visitantes acceden a la sala con la urna de Kim Il-sung, cubierto con una bandera roja. Ante sus pies y laterales hay que inclinarse tres veces en señal de respeto antes de salir a otra sala donde se expone el Mercedes que le regaló su hijo.
Al igual que con el «Presidente Eterno», es obligado repetir las reverencias ante el «Querido Líder», de quien también se puede ver el vagón de tren que utilizó durante años en sus viajes y en el que, según la propaganda, solía dormir cuando falleció trabajando el 17 de diciembre de 2011. En su interior no hay ninguna cama, pero aún se conservan los documentos a los que estaba dando el visto bueno, sus gafas, sus pantalones, su sempiterna cazadora marrón y sus botas negras con alzas.
De la pared cuelga una enorme pantalla Pioneer y sobre la mesa hay un ordenador portátil Macbook Pro, señal de que a Kim Jong-il no le gustaban los americanos pero sí Apple. De todas maneras, lo más «kitsch» es el reposapiés con púas anatómicas que en vida pudo haber relajado e incluso aupado al «Querido Líder», pero que ahora desentona con los muebles clásicos del vagón. Además de un Mercedes como su padre, Kim Jong-il tenía uno de esos coches eléctricos que se ven por los campos de golf y las Expos. Tan histórico vehículo también se expone en este museo consagrado al culto a la personalidad de la primera dinastía comunista del mundo, que va ya por su tercera generación con el joven Kim Jong-un.
«El dolor por la pérdida de Kim Jong-il nos ha dado valor», declama con voz lastimosa, como si fuera una plañidera consternada, una guía ataviada con un traje tradicional de luto en el Salón de las Lágrimas, donde se instaló la capilla ardiente de ambos mandatarios y «el llanto de los norcoreanos se fundió con el mármol hasta brillar hoy como diamantes».

Cerrados al mundo exterior

Con el país cerrado al mundo exterior, la propaganda está omnipresente en la vida de los norcoreanos de la cuna a la tumba: en las clases del colegio, los retratos dentro y fuera de los edificios, los murales de las calles, las noticias y películas de guerra por televisión y las canciones patrióticas de la radio, que resuenan a 100 metros de profundidad en el metro de Pyongyang, construido tan hondo para servir como refugio antiaéreo en caso de bombardeo americano.
Con el cierto despegue económico que está protagonizando la élite del régimen, la antaño aletargada Pyongyang parece una ciudad más alegre y muchos de sus grises bloques de estilo soviético han sido pintados de rosa. Pero las furgonetas con los altavoces de la propaganda siguen circulando por la capital emitiendo sus proclamas revolucionarias. Al anochecer, cuando las calles se quedan a oscuras y los cortes de luz y calefacción van rotando por barrios durante horas, la marcha de Kim Il-sung vuelve a sonar para recordarle a sus vecinos que es hora de irse a la cama hasta que mañana salga de nuevo el sol. O sea, él.

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