viernes, 9 de agosto de 2013

QUIÉN ASESINÓ A HUGO CHAVEZ?

¿Quién asesinó a Hugo Chávez?
Gustavo Tovar-Arroyo
Jueves, 8 de agosto de 2013







   Foto: Google
“Porque tú a mis espaldas me hiciste traición

hoy por eso te voy a quitar lo farsante”

Juan Gabriel

Los farsantes
No sé si fue el jefe del cartel de la mafia boba, Miguel Rodríguez Torres, y sus demenciales y cinematográficas tragedias conspirativas las que me hicieron volver a escuchar los desgarradores dramas musicales de Juan Gabriel, lo cierto es que fue al divo michoacano y su interpretación de “La farsante” quien me hizo entender la trama bufa que han tejido Nicolás Maduro y su jefe, Fidel Castro, tras la enfermedad y muerte del teniente Hugo Chávez para adueñarse de Venezuela.
Quién iba a imaginar que un canto popular latinoamericano, siempre visionario y terapéutico, me haría aguzar los sentidos y abrir los ojos ante tan enigmático deceso.
Recomiendo a los lectores que escuchen a Juan Gabriel -la reina blanca de la fiesta mexicana-, y su “La farsante”, para ver si se les prenden los sentidos como a mí y le mentamos la madre a coro al madurismo y a sus jefazos los Castro, por farsantes.
Aunque conocemos de sobra lo embustero que Fidel Castro ha sido y es, no fui jamás uno de los incrédulos que pensó que la enfermedad de Chávez se trataba de otra de sus farsas.
Cuando Hugo Chávez se pronunció públicamente sobre su enfermedad y anunció que la “pelota de béisbol” que le encontraron en la zona pélvica contenía células cancerígenas, supe desde el primer instante que era en serio.
Sin embargo, debo confesarlo, no pensé que fuera a morir, pensé que con los avances científicos y la evolución de los tratamientos médicos, Chávez sanaría su cáncer.
Dilma Rousseff, Fernando Lugo y Luis Inácio Lula da Silva habían logrado sanar -o mejorar- sus respectivos cánceres al ser tratados con éxito en el Hospital Sirio Libanés, con medicina verdadera no farsas cubanas ni brujerías.
¿Por qué Hugo Chávez no habría de curar su enfermedad?
Mi pensamiento al respecto cambió cuando insospechadamente Chávez decidió ponerse en las manos médicas de Fidel Castro y sus prisioneros de la medicina cubana.
Hugo Chávez no tenía salvación. No sólo porque la medicina cubana tiene años de retraso respecto a la medicina venezolana y mundial, sino porque Castro, cuya megalomanía no admite ninguna competencia, acabaría con su aprendiz de dictador, cometiendo lo que en el derecho se conoce como un “homicidio culposo”.
No me alegré, lo digo honestamente. Me hubiese gustado ver a Chávez tras las rejas o derrotado democráticamente, pero en manos de su médico de cabecera, Fidel, su destino estaba escrito: moriría.
Castro, un embebido del poder, un fingidor de siete suelas, es conocido por las traiciones con las que se deshizo, entre muchos otros, del Ché Guevara o de Camilo Cienfuegos. Cuando en torno a la enfermedad de Chávez surgió el más estricto y disciplinado secretismo entendí lo obvio: el discípulo había caído en las garras siniestras de su maestro.
Lo confirmé aún más cuando Chávez -todavía delirante por la cantidad de drogas que contraindicadamente le estuvieron suministrando para mitigar el dolor y mantenerlo vivo hasta las elecciones- llegó de uno de sus viajes a Cuba anunciando “estoy libre de enfermedad”, que estaba curado.
Estaba totalmente perdido en la farsa médica cubana y del maquinador del mal: Fidel Castro.
Lo incomprensible, por indolente, inhumano y maquiavélico, es que hayan obligado a Chávez a rechazar el ofrecimiento de Dilma y de Lula para ser tratado con medicina real y eficaz en Brasil.
Fidel nuevamente se salía con la suya, su psicótica megalomanía triunfaba. Además, empujó a Chávez a completar una suicida campaña electoral que lo llevó sin ninguna duda a la muerte.
Hoy sabemos que el haber rechazado la oferta de los brasileños y el haber desconfiado de Venezuela y de su medicina lo llevó al cruel respiro final, al estertor, a la muerte.
Considero que Castro lo tenía todo previsto, por no decir planificado. Sacrificaría a su discípulo e impondría a un criado como sucesor: Nicolás Maduro, su cómplice, para adueñarse de Venezuela.
Maduro, el criado obsecuente, quien años antes había sido adoctrinado en Cuba, era la garantía absoluta para lograr lo que Rómulo Betancourt y nuestras fuerzas militares le habían negado al comunismo cubano en los años sesenta, a fuego limpio.
Fidel Castro, consciente o inconscientemente, su brujería médica y su hipocresía, llevaron a Chávez a la tumba, lo asesinaron.
Lo que seguramente era un cáncer tratable, como tantos otros, terminó siendo la excusa perfecta para acabar con la vida del teniente de Sabaneta. ¿Por qué? Porque con Chávez tenían un aliado y benefactor, pero sin él serían dueños totales de Venezuela (como hoy lamentablemente es un hecho ante la mirada complaciente de nuestros militares).
Su cómplice incontrovertible es Nicolás Maduro, el único autorizado, aparte de Castro, para conocer el verdadero estado de salud y tratamiento de Chávez. Entre ambos manejaron con fina perversidad a Chávez y lo condujeron en alfombra roja rojita a su desenlace mortal. Aquella irresponsable conversación de cinco horas con el convaleciente y agónico Chávez fue la estocada última.
Nicolás Maduro anunció la muerte de Chávez y dio inició a la traición más grave que ha conocido Venezuela en su historia: la entrega de nuestro país y de nuestra riquezas al invasor cubano y a su patrón, el dictador Fidel Castro.
No creo que paguen su culposo crimen (o no tan culposo). Sin embargo, Juan Gabriel nos ha dado con su canto la posibilidad de mentarles la madre a ambos -a coro- por farsantes. Eso hacemos: mentarles la madre por un lado, pero, por otro, luchar con más fuerza y convicción para liberar a nuestro país de la farsa castrocomunista.
A falta de militares que nos reivindiquen y honren, este escrito es mi artillería, mi fuego limpio…

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